Federica Montseny
Federica Montseny

Personaje controvertido, pero de indudable relevancia en la historia del anarquismo español y de la CNT, de Federica Montseny se conmemoró el centenario de su nacimiento en 2005. Criticada por unos y defendida por otros, pocos son los libertarios que han permanecido indiferentes ante esta mujer que aún en la actualidad continúa suscitando toda clase de encuentros y desencuentros.

No soy nada partidario de homenajes ni celebraciones con motivo de aniversarios, y por eso me parece que de las luces y sombras de Federica Montseny podría hablarse en cualquier otro momento, y al margen del centenario de su nacimiento. Simplemente por estar estrechamente ligadas a las luces y sombras del movimiento libertario español. También me parece hagiográfico reclamar que se dediquen nombres de calles y cosas por el estilo a la memoria de militantes anarquistas. Mejor dicho, lo que encuentro absurdo es que pueda haber anarquistas que encuentren satisfacción y hasta orgullo en ello. Tampoco serán estas luces y sombras nada más que unas breves pinceladas impresionistas marcadamente personales. Es evidente que, sin solemnizar, la figura de Federica es demasiado compleja como para abarcarla de una sola vez. Remito a quienes busquen materia más contundente y documentada a la amplia bibliografía que relaciono al final.

Los altos y los bajos de Federica Montseny van estrechamente ligados a los de su ambiente familiar; primero al entorno de los Urales y posteriormente al de su marido Germinal Esgleas. Por supuesto que también inciden los vaivenes de un momento álgido de la historia de España. De tal suerte que las luces y las sombras de la Guerra Civil, de la CNT y la revolución libertaria, inciden poderosamente en el talante del comportamiento personal de Federica.

Habilidad mañosa

De todas formas, la estrella de Federica se va dibujando muy pronto como un fenómeno portentoso por encima de cualquier otra circunstancia.

Rememorando su período rupestre en la masía de Cerdanyola del Vallés, allá a finales de la Gran Guerra y poco antes de iniciar la segunda etapa de la Revista Blanca, Federico Urales se vanagloriaba de criar los conejos más sanos y los cerdos más gordos de las masías cercanas. Se supone que la misma mañosa habilidad presidía, por supuesto y con mayor motivo, el desarrollo de su única hija que, sin duda, era la más espabilada e inteligente de la comarca. ¿Acaso no contaba ya de pequeñita graciosas historias, se conocía los nombres de todos los reyes de la Reconquista, los de todos los dioses del Olimpo y hasta hacía ya ingeniosos discursos de pequeñita?

La clave de estos tempranos perfiles, aparte de la proverbial vanidad de Federico Urales, es ya la palabra fácil de Federica (7: tomo 3) que no tardará en convertirse en una de las pluma más prolíficas del sello de los Urales: el inmenso fondo de La Revista Blanca, La Novela Ideal, las novelas de Urales, El Luchador, etc. convertido en el largo referente más prestigioso y estable del anarquismo español. Referente, sin embargo, no muy coherente con la contrastada tradición entre los viejos luchadores de que la puerta de la casa en el Guinardó no era la más sensible a la hora de las perentorias necesidades de compañeros con problemas llegados a Barcelona.

Más tarde, la despierta hija de los Urales llegaría a ser la prodigiosa oradora del movimiento libertario y la primera mujer ministra de España. Este rasgo de pluma fácil y popular de agitación, con un legendario carisma particular que entusiasmaba a las mujeres y chavalas jóvenes, junto con el de mitinera capaz de levantar las masas obreras, son las luces más positivas y sobresalientes de Federica. La cara más brillante. Pero también una de las cruces menos evidentes. Porque acostumbrada a la pluma fácil y a la premura confiada, tanto sus novelas como su obra periodística lo presienten y lo que ganan en cantidad y maña, generalmente lo pierden en calidad y profundidad. Escribió una ingente cantidad de novelas, artículos y monografías, pero todas quedan en registro más bien bajo –incluso más bajo que las novelas de Urales–. «Autora de novelitas cursis», decía García Oliver (4: p. 257). En las novelas no sobrepasa los niveles de una infraliteratura peleona de batalla y propaganda pero de poco aliento literario. A su vez, los artículos y editoriales son la mayoría de las veces repentizados tópicos de fugaz fundamento teórico.

De palabra fácil

En donde Federica destaca principalmente es como aguerrida mitinera. Tenía el necesario vozarrón y sabía modularlo según las querencias de su auditorio. También sabía manipular astutamente los latiguillos efectistas de su retórica, habilidades que guardó hasta el último momento. En el particular contexto social en que interviene, su don de palabra fácil no necesita recurrir tanto como los políticos profesionales a la demagogia, aunque también sabía halagar e incensar a su público. Todo ello sintoniza perfectamente con su habilidad improvisadora con todos sus eventuales flecos tópicos. Y, sin duda, sus numerosísimas giras de propaganda por toda la Península ponen el dedo sobre las llagas más clamorosas del momento y contribuyen a caldear los ánimos de las bases libertarias, promocionando clamorosamente, a su vez, su carisma y figura. Sus grandes dotes oratorias son probablemente los rasgos más meritorios de su trayectoria. Su entorno familiar primero y el orgánico después, con muchas necesidades de guerra, contribuyen a promocionar a Federica y dibujar su imagen de diva admirada por grandes masas. Sin olvidar también, ¿cómo no?, la pulsión de su propio ego.

Del período de guerra, Juan García Oliver tiene una pésima opinión de Federica y la trata de poco más que de pequeña burguesa «liberal radicalizada» (4: p. 132). Le acusa de no haber estado en las líneas de lucha durante las jornadas revolucionarias del 19 y 20 de julio y de aparecer con oportunismo y demagogia, cuando la lucha había ya acabado, «con una minúscula pistolita metida en una coqueta funda de cuero…» (4: p. 176). Descripción avalada por fotos de época. Lamenta que la nueva diva, hubiese eclipsado a veteranas luchadoras tan fogueadas como Libertad Ródenas, Rosario Dolcet o Balbina Pi (4: p. 257). Porque la mujer, y la comprometida también, no ha sido nunca la excepción. Ha existido siempre. Desde la más humilde, con poco afán de figurar, que llevaba el hato a la cárcel y recibía los encargos más apremiantes: avisar a tal o cual de cambiar de aires, asegurar el escondite del paquete que ella sabe, etc. hasta las que destacaban por su activismo y trabajo intelectual (9). García Oliver remacha: «siendo los anarcosindicalistas los más próximos a la vida del proletariado, ¿cómo pudimos consentir que una mujer de la clase media, sin ímpetus de luchadora, apareciera como nuestro exponente con su empaque de menestrala acomodada?». Efectivamente, ¿cómo?

Da la impresión de estar ajustando cuentas particulares a posteriori y suena injustamente abultado. Porque siendo así ¿por qué fue enviada por el movimiento libertario en tantas giras de propaganda durante los cinco años que precedieron el 1936? ¿Cómo se explica su meteórica ascensión? ¿Cómo logra, junto con él, apagar los últimos alientos revolucionarios de la explosión de mayo del 37? Estamos sin duda ante una de las muchas vendettas nada sordas de García Oliver (contra Horacio Prieto, Peirats, Abad de Santillán, Marianet, y un largo etcétera.), que, si bien algunas pueden ser justificadas, otras resultan desorbitadas. Es cierto que, entre las muchas memorias, la de García Oliver es la que «más cosas dice»; pero también la que probablemente «más cosas calla», sobre todo en lo que se refiere a sus propios desatinos y egocentrismos. Por otra parte, también es cierto que sus memorias fueron publicadas en 1978, es decir que Federica tuvo nueve años para salir al paso de tantas incriminaciones directas. No lo hizo. ¿Por qué?

O todos frailes o todos canónigos

Con respecto a la participación gubernamental, se da el enfrentamiento un tanto pueril de «yo acepto si Federica acepta. Si ella no va yo tampoco. O todos frailes o todos canónigos»; y «Federica acepta con dos condiciones: que le obliguen a aceptar y que sus padres la autoricen». Versión que ambos consignan en sus memorias (4: p. 292 para GO y 1: p. 103 para F). [Escenario semejante al que se da en el nombramiento de los ministros cenetistas del gobierno de Giral en el exilio (10: p. 281,282) que confirma la escisión confederal de 1945.] Según Federica (1: p. 102) su entorno familiar (su madre, su padre y su marido) le aconsejó no aceptar el ir de ministra, pero que había muchos partidarios (no los cita) que consideraban un «golpe de efecto» nombrar a una mujer, rematando «y si esa mujer representaba la tendencia más clásica, más intransigente del anarquismo, tanto mejor» (1: p. 102). Por más que ambos parezcan resistirse o les repugne, el hecho es que el «todos canónigos» ganó la partida.

Aparte de ser la primera mujer ministra de España y de despachar probablemente más trabajo que sus predecesores o sucesores en los gobiernos republicanos. y aunque el prestigio de su gestión ministerial se asocie popularmente con el decreto sobre el aborto, o despenalización de la interrupción voluntaria del embarazo, lo cierto es que nunca existió porque los muy tímidos ministros republicanos del gobierno de Largo Caballero nunca lo aprobaron.

Lo que sí intentó, aunque inútilmente, fue ampliar territorialmente el decreto catalán sacado adelante por el anarquista García Birlán, con el competente y decisivo asesoramiento del doctor Martí Ibáñez, que sí despenalizó el aborto. No obstante, por poco que lograse hacer, lo cierto es que marcó con un talante totalmente innovador el cuadro de las prioridades del ministerio de Sanidad y asistencia social.

Los hechos de mayo del 37 y el afianzamiento del estalinismo terminaron con esta primera fase de colaboración gubernamental de los libertarios. Federica se repliega introduciéndose en el Comité Peninsular de la FAl con Abad de Santillán y Herrera y, como su marido, en el invento de García Oliver de los comités de asesoramiento político (CAPS). Quizás el resumen más ajustado y premonitor sea el emitido ya en 1937, antes de los hechos de mayo en dos cartas. El más elocuente y despiadado, por venir de su propio padre, es del 1 de abril de 1937 y se encuentra en Carta a la compañera Federica Montseny, citada por Irene Lozano (en 2), donde Urales le dice que «La dirección de la Revista Blanca se te subió a la cabeza» (2:p.245) y «el ministerio también» (2:P, 246). La otra carta es de Camilo Berneri (asesinado en los hechos de mayo por los estalinistas) Carta abierta a Federica Montseny, del 14 de abril de 1937 y publicada en el periódico de los compañeros italianos en España Guerra de Clase, y es todo un requisitorio sobre la marcha de la revolución y la participación ministerial de los anarquistas.

¿Modus vivendi o militancia?

En la deriva del exilio, cientos de miles de refugiados entraron en Francia con poco más que lo puesto y fueron internados en campos quedando abandonados al amparo de una azarosa existencia. Por mucho que borde Federica sus recuerdos, pasó la frontera con los suyos al amparo de su pasaporte diplomático y algún dinerillo y contactos. Al poco tiempo logra sacar a su padre de los campos y aterriza en París para ocupar un cargo retribuido en el JARE de Negrín mientras su marido, Germinal Esgleas, ocupaba otro puesto retribuido en el Consejo del Movimiento Libertario. Sigue aquello de que algunos (en más o menos grado hubo otros, incluido García Oliver) prefieren, o en todo caso puedan optar siempre por ser canónigos… y no se trata de miserabilismo de rigores para todos o para nadie, es simplemente un hecho, un dato más que ahí queda.

Si en el entorno de la Revista Blanca para algunos no es claro el grado constituido como gana pan y el militancial, en el exilio el problema aún se complica más ya que lo pasó casi enteramente como funcionaria retribuida (su marido también) del sector «esgleísta».

Con la llegada de los alemanes a París en 1941, Federica y Esgleas se eclipsan y poco se sabe de ellos hasta que reaparecen en 1945 justo a tiempo para participar en el Congreso de París -preparado en varias etapas en la clandestinidad, sin ellos- y para hacer valer la discutible representatividad orgánica de Esgleas como continuidad del Consejo Libertario. Siguen dos años de actividades confusas: escisión entre los «esgleístas» y la tendencia continuista colaboracionista, ruptura que enfrentará al esgleísmo con el Interior; debilidad representativa de los comités y frágil coordinación. Esta situación terminará estabilizándose con un sector colaboracionista en torno a un subcomité estrechamente ligado a los comités nacionales del Interior, pero minoritario en el exilio, y una burocracia funcionarial retribuida dominada por Esgleas y Federica durante años en torno al Secretariado Intercontinental (SI) y la AIT desaparecida del Interior pero mayoritaria en el exilio.

Durante este período Federica se alinea incondicionalmente en el sector de su marido que evoluciona hacia un inmovilismo con serios enfrentamientos internos entre fracciones dogmáticas y tendencias aperturistas.

A finales de octubre de 19S9 hago de cicerone para Federica durante varios días. Primero en Oxford donde ella acude a un seminario sobre la Guerra Civil en el Sto Anthony College (además de Federica participan, entre otros, Madariaga, Trueta, Llopis, Gorkin. Balbontin, los dos Carr –Rayrnond y E.H.–, Hugh Thomas, James Joll) y después en Londres. Tenemos amplia ocasión para cambiar opiniones sobre la situación del movimiento libertario. Conviene resituarlo: Esgleas ha sido remplazado por Santamaría en el pleno de Vierzon que impulsa una dinámica más abierta; estamos en la recta final de la reunificación de la CNT, a dos días de la muerte de Quico Sabaté y sus compañeros y al inicio del DI (Defensa Interior).

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Curiosamente, así como en el seminario de Oxford Federica adopta posiciones relativamente abiertas y poco dogmáticas, en sus valoraciones del momento es de una cerrazón mental total. Está plantada en el acuerdo del 50% más uno que impide tan siquiera la discusión del problema de la unidad confederal. A nosotros, las Juventudes –que de hecho teníamos ya superado el problema y participábamos activamente en la campaña pro unidad confederal– su posición nos parecía una aberración porque, además de ser dogmática, el problema de la unidad era uno de los principales factores que restaba credibilidad a nuestra acción militante y dificultaba, además, el trabajo de cara al Interior. Así se lo dije. Ella consideró que éramos los cabezas de turcos de los reformistas «traidores». En posteriores choques en reuniones, ya en Toulouse y dos años después, constato nuevamente su incondicional adhesión al inmovilismo y a las manipulaciones de su marido (agarrarse a los cargos, oponerse a la unidad, actividades disgregadoras en el Interior y en la AIT, boicotear acuerdos –DI y otros– (véase 5 y 6 para detalles más documentados), y cómo no es tan «leona» como se decía. Cuando algunas veces se dejaba llevar por lirismos nostálgicos que no cuadraban con las posiciones de las cuerdas de su marido, bastaba con una mirada o un breve chasquido de Esgleas para hacerla callar. Nuevamente el peso del entorno familiar.

Ni que decir que Federica y Esgleas (controlando todavía la burocracia de Toulouse en la transición) nunca explicaron sus gestiones del exilio. Esgleas ni tan siquiera volvió a España.

Y queda un último legado negro del que es cómplice Federica. Con la demagogia y las manipulaciones de los sectarios de siempre, lograron contaminar la reorganización de CNT con el mismo modelo pretendidamente purista que aplicaron en el exilio: sectarismo ideológico con un irredentismo puramente verbal (aquello de «los principios y las finalidades y cierra CNT», conducente al inmovilismo), controlar comités y si no se logra provocar escisiones, expulsiones de los molestos, manipular con el dinero de la organización, e incluso dar armas y justificar los sectores más reformistas del entorno libertario.

Si la actuación de Federica en la Guerra es conflictiva –como lo fue la de muchos otros– la del exilio lo es doblemente (por ser mucho más larga, tener mayor repercusión y porque en ella reduce el militantismo a un mero modus vivendi y la actividad orgánica y el debate ideológico a un ejercicio dialéctico de supervivencia a cualquier precio. La impresión dominante, y reconozco que mis pinceladas impresionistas son más sombras que luces, es que lo que siguió prevaleciendo fue la noción de canónigos por encima de todo y que también se le subió a la cabeza.

Bibliografía

  1. Federica Montseny, Mis primeros cuarenta años. Barcelona, 1987.
  2. Irene Lozano, Federica Montseny. Una anarquista en el poder. Madrid, 2004.
  3. Susana Tavera, Federica Montseny. La indomable. Madrid, 2005.
  4. Juan García Oliver, El eco de los pasos. París, 1978
  5. Octavio Alberola y Ariane Gransac, El anarquismo español y la acción revolucionaria 1961-1974.
  6. Ramón Álvarez, Historia negra de una crisis libertaria. México, 1982.
  7. Federico Urales, Mi vida. Barcelona, (1922).
  8. Lola Iturbe. La mujer en la lucha social en la guerra civil de España. México, 1974.
  9. Salvador Gurucharri, Bibliografía del anarquismo español 1869-1975, Barcelona, 2004.

Publicado en Polémica, n.º 86, octubre 2005