Proudhon
Proudhon

En su pesimista, pero bien documentada obra, George Woodcock1 señala que el Marqués de Condorcet «ya adelantó, cuando se ocultaba de los jacobinos, la idea de mutualidad, que habría sido uno de los dos pilares en que se asentó el anarquismo proudhoniano». El otro fue el federalismo.

Puede que para su idea fundamental, Proudhon, se basara en las enseñanzas del científico francés que fue víctima de la Revolución de 1789, pero parece mucho más probable que lo hiciera en lo que aprendió de los obreros de Lyon, con quienes convivió durante una fase larga de su vida y que le facilitaron todo el material que nuestro filósofo precisaría para la estructura de su idea matriz.

A su vez, el mutualismo no tiene su origen en Lyon sino en Rouen, como muy sesudamente fue estudiado por Fernand Rude en Le Role de P. Charnier, fondateur du Mutualisme a Rouen y en Le Mouvement ouvrier a Lyon de 1827 a 18322 y de él arranca el movimiento sindicalista francés, mayormente organizado con un sorprendente anonimato a pesar de que destacaron figuras como las de Charnier, Bernard, Bouvery entre otras.

«La historia del mutualismo –dice también Ansart–, daba a Proudhon un ejemplo notable de la espontaneidad que él atribuía a la práctica organizativa de la clase obreras. Los orígenes del mutualismo muestran, en efecto, que ese movimiento tenía sus raíces históricas en tradiciones anteriores a la Revolución. Se advierte, además, que en el espíritu de su fundador, Pierre Charnier, pervivían modelos de asociaciones constituidas antes del advenimiento de la gran industria. Muestran, también, qué poco debe esta asociación a los reformadores sociales. Entre los  motivos que lo condujeron a sugerir una reunión de los jefes de taller, Charnier no cita la lectura de Fourier, Saint-Simón o Owen, autores que, sin duda, desconocía en 1825, cuando empezó a concebir su plan simbólico, cita en cambio las dificultades económicas existentes y la necesidad de asociarse. Como afirmará Proudhon en Capacidad política de la clase obrera, «los productores no necesitaron maestros para inventar las formas sociales de la mutualidad».3

Se equivoca, pues, Gastón Leval cuando afirma que «Proudhon ha creado la teoría del mutualismo»,4 paternidad, además, que Proudhon nunca se arrogara. Este se valió de la experiencia directa y cotidiana de los trabajadores para confeccionar un edificio sólido, consistente, reforzado por una crítica demoledora de la sociedad paleocapitalista y una visión promisora de un futuro de bienestar y justicia para el ser humano. Por el contrario, Gastón Leval está en lo cierto cuando añade que «En el orden económico, el mutualismo ha sido la primera escuela del anarquismo, y mutualistas eran los proudhonianos de la Primera Internacional…».5

Esto nos llega ratificado igualmente por Nicolás Walter: «El tipo de anarquismo que aparece cuando los individuos comienzan a poner sus ideas en práctica es el mutualismo. Es la idea que, en lugar de contar con el Estado, señala que la sociedad debería estar organizada por individuos que concluirían entre ellos acuerdos voluntarios sobre una base de igualdad y de reciprocidad. El mutualismo es un aspecto de toda asociación que sea más que instintiva y menos que oficial, y no es necesariamente anarquista. Pero ha sido históricamente importante para el desarrollo del anarquismo, y casi todas las proposiciones anarquistas que tienden hacia la reorganización de la sociedad han sido, esencialmente, mutuales…».6

El mutualismo significa para Proudhon algo de mucha mayor proyección que la concebida por Charnier y será una idea que irá estructurando a lo largo de su vida hasta alcanzar las proporciones que logra en su obra póstuma, La capacidad política de la clase obrera.

Cuando Proudhon está trabajando en Lyon con los hermanos Gauthier, amigos de escuela y de infancia, en un negocio de transporte fluvial, comienza a descubrir las bondades del mutualismo que asoman, en el comienzo, bastante confusas. Proudhon ve, en primer lugar, cómo la plusvalía se divide en partes tan desiguales entre el capital y el trabajo. En 1843 le dirá a su corresponsal M. Maurice que «el efecto del progreso industrial, así como el de la libre concurrencia es el de hacer bajar sobre todos los puntos los beneficios hasta concurrir con el precio del trabajo. Estamos alcanzando el momento en el cual los grandes capitales sólo servirán, en el comercio, para asegurar el empleo, del cual, como le señalo, todo el ingreso pasará a ser el precio del trabajo personal…».7 El lector verá, dicho sea de paso, la imagen fiel contemporánea que, a través de la participación, ya bastante generalizada, de los trabajadores en las ventajas y prerrogativas de la industria y el comercio, se manifiesta en nuestros días. Bajo un punto de vista estrictamente revolucionario ya asiendo, prácticamente, el deslinde del milenio, estamos frente a una solución reformista que, además, no soluciona más que casos particulares para colectividades restringidas.

Para las circunstancias proudhonianas, en 1850, el enfoque exigía, con toda seguridad, otras perspectivas: «En la década de 1850 –escribe Cole–, su evangelio del mutualismo se adaptaba mucho mejor a las condiciones restrictivas del Segundo Imperio que cualquier otra forma de evangelio socialista; y el movimiento obrero francés renovado, basado sobre todo en mutualidad o sociedades de amigos de los varios oficios creció principalmente bajo el influjo de Proudhon».8 Tocaba a los pensadores sociales más cercanos a nosotros el hallar nuevas fórmulas para la manumisión de los explotados y de ahí que, incluso en el seno del mismo anarquismo organizado, el mutualismo fuera rebasado después y a partir, sobre todo, de Bakunin, que lo erosionó en el seno de la Primera Internacional en favor del colectivismo.

«Subrayemos –dirá Gastón leval, sin embargo– que Proudhon ha tenido algunos continuadores. Gustav Landauer era proudhoniano. Ciertos individualistas lo fueron. Recordamos entre ellos a Pierre Chardon, que murió durante la guerra –no en la guerra– de 1914-1918. Hoy este concepto de la retribución personal seduce todavía a algunos de ellos. Pues puede concebirse el mutualismo como un socialismo individualista en el cual, incluso cuando hay asociación, el objetivo es meramente de satisfacción personal, en el sentido estrecho de la palabra».9 Este egoísmo no encaja, naturalmente, en el enfoque proudhoniano, donde solidaridad y federalismo controlan los efectos que podrían estimarse como nocivos de aquél. Ya en la cárcel, cuando el mensaje mutualista contenido en La capacidad política de la clase obrera» todavía debía esperar tres lustros para que se publicara, Proudhon escribía en Las confesiones de un revolucionario: «La solidaridad, si no se basa en otra cosa que en la mutualidad, es la negación de la libertad individual: es el comunismo, el gobierno del hombre por el hombre. Si tiene por fundamento la mutualidad, no tiene nada que hacer con la comandita del Estado; no tiene siquiera necesidad de asociación…».

«Siempre la solidaridad comunista –dirá más adelante– en lugar de la solidaridad mutualista; siempre el gobierno del hombre por el hombre, siempre la servidumbre.» 10

En cuanto al federalismo y su afinidad con el mutualismo lo expresa Proudhon en síntesis perfecta más tarde: «Así, en la esfera política, lo que hemos llamado hasta aquí mutualismo o garantismo, toma el nombre de federalismo. En una simple sinonimia tenemos la revolución entera, la revolución política y económica».11

Hay error craso, pues se desestima uno de los dos pilares del anarquismo proudhoniano, como lo denomina Woodcock. Un planteamiento económico que se ve respaldado por un exponente tan humanista como el solidario y otro tan universalista como el federalismo no puede ser ni egoísta ni injusto. Si el mutualismo ha sido rebasado por los tiempos actuales las causas deberán buscarse, sobre todo, en la evolución de la ciencia, de la tecnología, la desaparición del taller, la presencia de las multinacionales y toda una gama de incidencias que a mediados del siglo XIX eran incipientes o, simplemente, no existían.

Hay, indiscutiblemente, un progreso social entre el colectivismo bakuniniano y el mutualismo de Proudhon, pero no debemos perder de vista que fue necesaria la presencia de Kropotkin y el comunismo libertario para superar el egoísta concepto de «a cada cual de acuerdo con su trabajo» y abrazar el de «a cada uno de acuerdo con sus necesidades, cada cual de acuerdo con su capacidad». La sociología anarquista es dinámica, no es estática y su dinamismo tiende a ir limando todo atisbo de autoridad, de explotación, de insolidaridad, de inhumanidad. Las generaciones futuras hallarán, posiblemente, que también el pensamiento kropotkiniano reclama buena cantidad de retoques.12

Proudhon nos define el mutualismo: «la palabra mutual, mutualidad, mutuo –que tiene por sinónimo recíproco y reciprocidad–, viene del latín mutuum, que significa préstamo (de cosa fungible) y, en un sentido más lato, cambio. Es sabido que en el

préstamo de cosa fungible, el objeto prestado es consumido por el mutuatario, que no devuelve sino su equivalente, ya en la misma especie, ya bajo cualquier otra forma. Supóngase que el mutuante pase a ser, a su vez, mutuatario, y se tendrá un préstamo mutuo, y por consecuencia, un cambio. Tal es el lazo lógico que ha hecho que se dé el mismo nombre a dos operaciones distintas. Nada más elemental que esta noción; por lo tanto, no insistiré más en su parte lógica y gramatical. Lo que nos interesa es saber cómo sobre esa idea de mutualidad, de reciprocidad y de cambio, de justicia –que sustituye a las de autoridad, comunidad o caridad–, se ha construido en política y en economía un sistema de relaciones que tiende, nada menos, a cambiar de arriba a abajo el orden social».13

Proudhon añade que lo antagónico al mutualismo es «la relación del hombre y del ciudadano con la sociedad y el Estado», es decir, una relación de subordinación. La organización autoritaria, en fin. Frente a ella se encaran los partidarios de la libertad individual que conciben la sociedad como un sistema de «equilibrio entre fuerzas libres», el cual funcionará porque cada uno gozará de sus derechos a cambio de cumplir con sus deberes. «En consecuencia, [un] sistema esencialmente igualitario y liberal, que excluye toda excepción de fortunas, de rango y de clases».14

«De esas premisas deducen una organización basada sobre la más vasta escala del principio mutualista. Servicio por servicio, producto por producto, préstamo por préstamo, seguro por seguro, crédito por crédito, caución por caución, garantía por garantía; tal es la ley. Es el antiguo talión –ojo por ojo, diente por diente, vida por vida– vuelto en cierto modo al revés y trasladado del derecho criminal y de las atroces prácticas de la vendetta al derecho económico, a las obras del trabajo y a los buenos oficios de la libre fraternidad».15

Nos hallamos ante una sociedad sin Estado. una sociedad anarquista, que tiene todavía muchas imperfecciones. Citar la Ley del Talión como punto de referencia implica, obviamente, que los anarquistas que han seguido a Proudhon han tenido que limar duro, procurando reemplazar justicia por bondad. Se nos ocurre pensar en el Pentateuco y el Nuevo Testamento que superó, con el Sermón de la Montaña, la rígida de la frígida justicia de Moisés. Para Proudhon la justicia tenía prioridad sobre la bondad. Su ley de la selva era mucho más drástica que la de los días actuales.

Pero la brecha estaba abierta y el anarquismo tenía paso franco. El mutualismo, en tanto que sociedad que puede y quiere prescindir del Estado, era ofrecido al trabajador sobre una base mucho más amplia y mejor estructurada que la que conocieron los obreros, de Lyon y de Rouen.

Habiendo, por otra parte, apuntalado el mutualismo con la solidaridad y el federalismo. como ya ha ido señalado, el aporte proudhoniano tiene que recibir el espaldarazo del socialismo antiestatal: «la idea de mutualismo conduce a consecuencias prodigiosas, entre ellas a la de la unidad social del género humano…». Al contrario de lo que se han propuesto todos los Estados a través de la historia, desde «las cuatro monarquías anunciadas por Daniel» hasta el catolicismo evangélico pasando por los romanos, Alejandro y todos los emperadores del orbe… «Ahora bien, lo que no han podido ni el poder de los grandes imperios ni el celo de la religión tiende a conseguirlo la lógica del mutualismo. Y como esta lógica procede de abajo a arriba, empezando por las clases explotadas y tomando la sociedad al revés, se puede prever y esperar que lo consiga».16

Proudhon, como es de esperar, participa de la embriaguez de todos aquellos revolucionarios que, hasta la primera gran guerra, consideraban posible la revolución a corto término. y ello debido a que, por otra parte, sólo admitían en el ser humano una marcha ascendente, progresista.

«Los comunistas libertarios –señala Daniel Guerin– reprochan al mutualismo de Proudhon y al colectivismo, más consciente, de Bakunin, el no haber querido establecer de antemano en qué forma se retribuiría el trabajo en un régimen socialista. Quienes así los critican, parecen olvidar que ambos fundadores del anarquismo no deseaban encuadrar prematuramente a la sociedad dentro de rígidos límites».17

Y que, habría que añadir, la escala de valor de nuestros ideólogos distaba mucho de ser la misma de medio siglo más tarde, cuando el auge kropotkiniano era arrollador. Para Proudhon existía un objetivo primordial y era el de la eliminación del Estado en el seno del mundo de la producción. Del Estado y su sinónimo máximo, la autoridad. Sus resabios campesinos, por otra parte, lo aferran a la tenencia de la tierra que todo cultivador desea como propia. Su alergia al comunismo, precisamente, parte de la intromisión de los sociólogos de ciudad, como Marx y Engels, en los asuntos del campo del que nada conocen incluida la idiosincrasia del agricultor: «Quien dice mutualidad dice partición de la tierra, división de propiedades, independencia del trabajo, separación de industrias, especialidad de funciones, responsabilidad individual y colectiva, según se trabaje individualmente o por grupos; reducción al mínimo de los gastos generales, supresión del parasitismo y la miseria. Quien por el contrario dice comunidad, jerarquía, indivisión, dice centralización, multiplicidad de resortes, complicación de máquinas, subordinación de voluntades, pérdida de fuerzas, desarrollo de funciones improductivas, aumento indefinido de gastos generales y, por consecuencia, creación de parasitismo y aumento de la miseria».18

La vehemencia que Proudhon pone en su exposición –por algo escribió que «La imparcialidad es un mito»– es consecuencia directa de que está sumergido en sus propios asuntos, de trabajador e hijo de campesinos, y no analizando fríamente, desde el laboratorio inmunizado, el drama del productor. La marcha del tiempo y no el laboratorio hará que mucho de lo indicado por Proudhon quede relegado a cita histórica bien que, paradójicamente, y como van indicando los exégetas de turno que a Proudhon le salen, su pensamiento continúa siendo fresco y lozano a pesar de los embates del tiempo.

«Al dogma comunista de la unidad –escribe uno de ellos–, opone en todos los dominios, el principio del pluralismo y de la autonomía de los distintos agrupamientos. Proudhon hace tanto hincapié en la necesidad de basar la sociedad en el equilibrio, en el mutualismo y no en la síntesis porque, a su ver, sólo así se podrá crear un sistema socialista que, en lugar de propender a la total unificación social, se proponga establecer la unidad en la diversidad, respetar la independencia en la cooperación. Por ser la cuestión social mucho más compleja de lo que supone la utopía comunista, lo ideal sería conciliar la pluralidad de grupos con la cooperación entre ellos, la independencia de planes y decisiones con las necesidades del intercambio económico. La teoría del mutualismo persigue el claro propósito de evitar la unificación centralizadora y asegurar el mantenimiento de la pluralidad de grupos y de asociaciones de producción.»19

Gastón Leval afirmará por su lado: «Socialismo supone anarquía como anarquía supone socialismo. Mutualismo supone ausencia de gobierno político y de Estado como ausencia de Estado y de gobierno político supone mutualismo».20

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Víctor García

Es la jácena maestra del mutualismo proudhoniano, la eliminación del Estado del sistema mutualista, lo que perdura como asidero anarquista. En nuestro hurgar de textos perdemos, a veces, el punto de referencia sin el cual tantas veces nos extraviamos; el hilo de Ariadna que podrá permitirnos el regreso del laberíntico mundo de Proudhon y sus paradójicas antinomias. Esto lo tuvieron en cuenta los teóricos libertarios que consolidaron el cuerpo de doctrina social cimentado por Proudhon. Bakunin reconoció siempre en Proudhon al supremo maestro, y proudhoniano fue el pensamiento de la Primera Internacional, a despecho de Marx, hasta el Congreso de Bruselas en 1868;21 igual sucede con Kropotkin en sus comienzos, antes de que se proclame mayor de edad frente al gigante de Besançon.22 Proudhonistas y mutualistas fueron los primeros atisbos anarquistas en el Jura, en Italia, en España23 y en la propia Alemania, feudo de Marx, Engels, Lasalle, Eccarius y todos los socialistas estatales; el virus proudhoniano prendió fuerte en Weitling, posiblemente por su condición de obrero, que se llevó su bagaje mutualista a Estados Unidos,24 en Rusia donde, como señala G. Gurvitch, «Los primeros soviets rusos han sido organizados (en 1917) por los proudhonianos».

«La mutualidad, o la sociedad mutua, es la justicia, y en justicia, como en religión, no se retrocede»,25 afirma Proudhon. Cierto, el pensamiento social se proyecta cada día más lejos. Puede que el mutualismo no engarce con una sociedad que está ya alcanzando el año 2000. Es innegable, no obstante, en lo que al socialismo libertario

concierne, que éste dispuso de una base sólida para alcanzar puestos más cimeros, en el mutualismo proudhoniano.

NOTAS

  1. George Woodcock, Anarchism, pág. 52-53, f\leridian Books. Cleveland, 1962.
  2. Citado por Edouard Dolléans en Histoire du Momvement Ouvrier» tomo 1, pág. 60 y 72. Estas páginas, las de Rude, amparan la célebre y sangrienta revuelta de los «Canuts» o tejedores de 1832. El mutualismo, que debería ser la doctrina social permitiendo a los trabajadores una revolución pacífica, recibió un bautismo de sangre y fuego, a 40 años tan sólo de la Revolución francesa que puso en evidencia la falacia de la burguesía. Invita todo esto, además, a señalar que, coincidentemente, fueron los trabajadores de Rouen, los precursores del mutualismo, los que motivaron, en carta redactada conjuntamente con algunos obreros parisinos y dirigida a Proudhon, La capacidad política de la clase obrera, en donde el autor desarrolla la totalidad, prácticamente, de su teoría mutualista: «Ustedes me han inspirado esta obra –les dice al comienzo de la misma– y, por ello, les pertenece» (La capacidad…, ya cit. pág. 19).
  3. Pierre Ansart, El nacimiento del anarquismo, págs. 144 y 145. Amorrortu Editores. Buenos Aires, 1973.
  4. y 5. Gastón Leval, «El Constructivismo Proudhoniano», Solidaridad Obrera, París, 14 de febrero de 1953.
  1. Nicolas Walter en «Incitación al Anarquismo», pág. 15, Ruta, n.º 5, Caracas, 1 de Septiembre 1971, Walter es algo renuente en conceder condición libertaria al mutualismo. Lo compara al cooperativismo que «sigue reglas más democráticas que anarquistas», id, id. pág. 16.
  2. «Lettres» ya cit. pág. 50.
  3. «G.D.H. Cole, Historia del pensamiento socialista, ya cit. Vol. 2, pág. 21.
  4. Gastón Leval, «Solidaridad Obrera». Paris, 21 de Febrero de 1953.
  5. Las Confesiones…, ya cit. pág. 201 y 202.
  6. La Capacidad…, ya cit. pág. 150. Antes, pág. 145, en nota suya ya lo señala: «… ese principio, nombrado y definido hace largo tiempo. no es otro que el federativo, sinónimo de mutualidad o garantía reciproca…».
  7. Bakunin, en el Tomo I de sus Oeuvres, Féderalisme, Socialisme et Antithéologisme de P.V. Stock, 1895, clama por la organización de «una sociedad que, al hacer imposible para cualquier individuo, sea quien sea, la explotación de otro, permita a cada uno participar en la riqueza social –que en realidad no se produce más que por el trabajo– sólo en la medida en que haya contribuido a producirla mediante su propio trabajo».
  8. La capacidad…, ya cit. pág. 62.
  9. id. id. pág. 63.
  10. id. id. pág. 64.
  11. id. id. pág. 67.
  12. Daniel Guerin, El Anarquismo, pág. 60. Proyección. Buenos Aires 1968.
  13. La capacidad…, ya cit. pág. 65.
  14. Pierre Ansart, Sociología de Proudhon, pág. 238. Proyección. Buenos Aires, 1971.
  15. Gastón Leval, Solidaridad Obrera, París, 14 de febrero 1953.
  16. En Bruselas «la influencia proudhoniana es patente aún. Ha tenido que ceder pie en la propiedad individual de la tierra pero está presente en el crédito mutual…» (Víctor García, La Internacional Obrera, ya cit. pág. 71).
  17. La influencia de Proudhon –en el primer folleto que se conoce de Kropotkin. «¿Debemos ocuparnos de examinar los ideales de una sociedad futura?» –aparece en una sugerencia de que los cheques de trabajo han de sustituir al dinero y en la recomendación de fundar cooperativas de productores y de consumidores incluso bajo el régimen zarista» (en Anarchism de George Woodcock, ya cit. pág. 196).
  18. Il Proletario, editada por Niccolo il Savio, de Florencia, primera publicación socialista italiana, era de inspiración proudhoniana. En España, a pesar de que el anarquismo internacional entró con Giuseppe Fanelli, enviado directo de Bakunin, la influencia de Proudhon es, igualmente, innegable. No podía ser de otro modo si pensamos que tuvo como introductor y traductor a Francisco Pi y Margall. Las polémicas en torno a las cooperativas serian el reflejo del enfrentamiento de los dos gigantes del anarquismo: Proudhon y Bakunin. Luego, vinieron las pugnas entre colectivistas y comunistas libertarios, con lo que parece que se le acordó un respiro a Proudhon para que el enfrentamiento tuviera lugar entre bakuninistas y kropotkinianos.
  19. Wilhelm Weitling (1808-1871) era sastre y ejerció gran influencia, tanto en Alemania como en Estados Unidos. Marx también elogió a Weitling en el comienzo, como hiciera con Proudhon antes de la Filosofía de la miseria, para declararlo como enemigo más tarde.
  20. La capacidad…, ya cit. pág. 147.

Publicado en Polémica, n.º 45, abril-mayo 1991