La sensacional difusión de las teorías ácratas en la España de finales del siglo XIX fue lograda en gran parte gracias a los periódicos anarquistas. Estas publicaciones, de poca o larga duración, brotaron en pueblos, ciudades, aldeas, llevando a las masas proletarias y campesinas españolas noticias de la «Buena Nueva». Tierra Libre de Barcelona, detalla esta grandiosa actividad:

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El periódico es la acción más firme, más universal, más eficaz para la propaganda, la defensa y aun el ataque. Más que la palabra que se lleva el viento, robustece a los débiles, da coraje a los tímidos y arraiga con más fuerza las convicciones y el amor hacia los ideales. La palabra impresa obra más y mejor en la conciencia del individuo; le sugiere pensamientos propios, comentarios íntimos que avaloran más los conceptos leídos, y en esa conversión periódica entre él y la hoja impresa, ve conceptos más dilatados y nuevos horizontes. La sugestión ejercida por la prensa, llega hasta vencer la indiferencia o la prevención del que lee; pues más pronto o más tarde, el periódico leído viene a ser para él un compañero inseparable que presenta luego a los amigos del taller, de la fábrica o del terruño y se identifica con él como carne de su propia carne.

Este medio era de una eficacia ni siquiera igualada por los viajes de propaganda. Algún obrero o campesino se ponía en contacto con compañeros anarquistas que hacían apasionados elogios de las nuevas doctrinas, y le daban algunos ejemplares de la prensa libertaria. Él leía el periódico a sus íntimos, que, convencidos en el acto, divulgaban fervientemente la nueva idea. A las pocas semanas, nos dice Díaz del Moral, el primitivo núcleo de diez o doce adeptos se había convertido en uno o dos centenares, a los pocos meses la casi totalidad de la población obrera o campesina del pueblo, presa de ardiente proselitismo, propagaba el ideario. En ciertos lugares, como en el campo andaluz, donde era grande el porcentaje de analfabetos, era usual que en las horas de descanso de las labores agrícolas, un obrero leyese a toda la cuadrilla el texto de un periódico o un folleto.

Como se puede ver, no solo debemos considerar el número de periódicos vendidos, pues cada ejemplar pasaba por varias manos y era conservado y leído repetidas veces. Además, no debemos pasar por alto la lectura colectiva del periódico. El antecedente directo de este fenómeno se puede encontrar en una escena de Cervantes: la lectura de un libro de caballería en «el maravilloso silencio de una venta». La similitud es notoria. Nos dice el ventero: «porque cuando es el tiempo de la siega, se recogen aquí las fiestas muchos segadores, y siempre hay alguno que sabe leer, el cual coge uno de estos libros en las manos, y rodeámonos de él más de treinta, estámosle escuchando con tanto gusto que nos quita mil canas».) La escena que Ramiro de Maeztu evoca en El Imparcial en 1901 es bastante similar:

Estos libros, folletos, periódicos, no se leen a la manera de los otros, los burgueses, ni corren igual suerte. El libro burgués, aceptemos la palabreja, una vez leído, pasa a la biblioteca en donde suele dormir tranquilo, hasta que los hijos lo descubren, si se vuelven curiosos al crecer. Pero el lector de la obra anarquista, obrero, por punto general, no tiene biblioteca ni compra libros para sí solo. El firmante de este artículo ha presenciado la lectura de La conquista del pan en una casa obrera. En un cuarto que alumbraba únicamente una vela, se reunían todas las noches del invierno hasta 14 obreros. Leían unos a otros, trabajosamente escuchando; cuando el lector hacía el punto, solo el chisporroteo de la vela interrumpía el silencio. También he presenciado la lectura de la Biblia en una casa puritana; la sensación ha sido idéntica en uno y otro caso.

Llama la atención la gran cantidad de periódicos libertarios que aparecieron por aquella época. Hacia los últimos años del siglo XIX y principios del XX sitúa Díaz del Moral el auge de la propaganda periodística ácrata. Se editaban importantes revistas: La Revista Blanca, Acracia, Natura y los grandes periódicos de larga duración: El Productor de Barcelona, El Corsario de La Coruña, El Rebelde de Zaragoza, y El Porvenir Obrero de Mahón. Pero tanto o más interesantes son los pequeños diarios de provincia que alcanzaban a salir tan solo por uno o dos números: Humanidad de Toledo, El Oprimido de Algeciras, El Obrero de Tenerife, y cientos de otros más, cuya publicación muestra bien hasta qué punto la efervescencia libertaria llegó a los más alejados rincones de la península.

Los libertarios trataban de establecer una red de comunicación periodística que por una parte permitiese la participación de las actividades de la lucha social, y que por otra se opusiese a la información burguesa, denunciada como arma del capital. El papel alternativo de la prensa ácrata es señalado en numerosos artículos anarquistas. La organización de una red informativa presentaba también la posibilidad de alterar el consumo pasivo de la información. Por ello era frecuente que se hiciera propaganda de un periódico a otro. Además, la prensa anarquista se recibía de todos los puntos de la península, y hacía adeptos aun en sociedades algo distanciadas de sus fines como cooperativas y sociedades de resistencia. En la lista de corresponsales y paqueteros de la prensa anarquista se encuentran nombres y direcciones de los lugares más alejados de España, estableciéndose una comunicación entre los diversos núcleos libertarios que trasbordaba los límites geográficos nacionales.

Incluso hubo ideas para ampliar la función del periódico. Se propuso, para dar a conocer la anarquía,  que cada vez que sobreviniese algún acontecimiento político o económico de importancia, se aprovechase la oportunidad para fijar con profusión en las esquinas, anuncios o pasquines sucintos, encabezados con la frase «Opinión anarquista sobre…» en las cuales se expusiese una reseña lógica y clara del asunto indicando al pie, qué periódicos ácratas tratarían con más extensión el tema. El periódico en su totalidad tenía una función muy específica dentro de la propaganda ácrata. Sus diversas secciones, su tipografía, sus titulares, y grabados, todo ello creaba un impacto cultural-doctrinal total. En general se publicaban semanal o quincenalmente, con un precio de venta o tarifa de suscripción siempre muy reducidos, oscilando entre 5 y 10 céntimos el ejemplar. A veces se indicaba que la suscripción era voluntaria, o en algunos, como en La Víctima del Trabajo, se indicaba «se reparte gratis, no se admiten suscriptores». Muchas veces se subraya las fluctuaciones de fortuna a que estaban sometidos: «Este periódico saldrá cuando pueda», indicaba Ravachol. Desde luego que muchos de estos periódicos sólo podían subsistir durante uno o dos números; se contaba con muy poco dinero, y eran, además, perseguidos por las autoridades. Algunos daban prueba de persistencia, por ejemplo el grupo editorial de El Eco del Rebelde de Zaragoza, periódico comunista anárquico, de suscripción voluntaria que apareció el 11 de mayo de 1895, continuado tras su suspensión por El Invencible, y luego por El Rebelde. Algo similar aconteció con los epígonos de Espartaco de Barcelona: El Nuevo Espartaco y El Mismo.

Los nombres de los periódicos resumían en pocas palabras el mensaje de la lucha social. La Anarquía, La Bandera Roja, Tierra y Libertad. Se utilizaban también expresiones fuertes, palabras dramáticas y frases enfáticas, réplica en miniatura de la historia o dramática versión de los hechos: Los Desheredados, La Víctima del Trabajo, Ravachol, El Rebelde. Otras veces eran consignas positivas y alentadores: Germinal, El Invencible, Acción Libertaria, Solidaridad Obrera. A menudo, el nombre del periódico aparecía orlado primorosamente con un grabado alegórico.

Era también frecuente el encuadrar el nombre del periódico entre frases relevantes a la causa. La Voz del Cantero muestra la sentencia de Montesquieu, «La igualdad natural y las leyes naturales son anteriores a la propiedad o a las leyes escritas». Al Paso de Sevilla, exhibía la célebre frase proudhoniana «La propiedad es un robo», al otro lado «La expropiación es una necesidad», y bajo el nombre, el pensamiento de Faure: «El anarquista, el verdadero anarquista es el individuo que no tolera ninguna cadena, aunque traten de ponérsela los propios anarquistas». Estas frases, repetidas en cada número, constituían un punto fundamental de unificación y cohesión para los lectores. Expresaban en forma sintética un común de ideas, posiciones y juicios.

Es interesante señalar hasta qué punto descubrieron y explotaron los anarquistas el poder de la frase suelta. No sólo la utilizaban aliado del encabezado del periódico; además, todas las páginas estaban sembradas con estas sentencias, a menudo impresas en cursiva o encuadradas entre gruesas líneas, rompiendo la disposición de la página para atraer la atención. A veces eran de escritores conocidos, «Un grano de pólvora hace estallar una bomba; una idea hace estallar un mundo» de Víctor Hugo. Variaban en longitud, desde verdaderos parrafitos hasta simplemente: «¡Propiedad abominable!».

Es evidente que en esta reducción del lenguaje a mensajes a tal punto concentrados, se eliminaba todo carácter informativo, para impregnar la frase de valores ligados a la lucha social. Funcionaban como slogans para unir, atraer, captar la atención, resumir un programa.

También debemos considerar las frases con que, como divisas, muchas veces se terminaban los artículos («¡Salud y Revolución Social!», «¡Viva la anarquía!», «¡Germinal!») eran altamente específicas, se retenían fácilmente y finalizaban el texto como un punto exacto, breve, cargado de valor sugestivo, como lacónico grito de guerra. Por su carácter abrupto, servían también para informar al lector que la lectura había concluido, lo cual era útil en ese tipo de obras sin una estructura muy definida.

Llama la atención la experimentación tipográfica llevada a cabo en los periódicos libertarios, posiblemente como reacción contra la disposición uniforme identificada a veces con periódicos conservadores. En general los periódicos ácratas estaban bien impresos. Debemos recordar que muchas veces los editores se reclutaban entre los tipógrafos, la aristocracia del movimiento obrero.

Los periódicos trataban de romper la impresión habitual de un periódico para llamar la atención de sus lectores y poder promover una lectura más emotiva y mucho más dramática. Las características físicas de la publicación causaban un impacto de primera impresión y desde la disposición tipográfica ya se significaba el mensaje ideológico.

Encontramos en estas publicaciones muchos y variados contrastes entre encabezados adyacentes, graduaciones de pies en los encabezados, secciones enteras impresas en distintos modelos tipográficos. Para evitar la monotonía, se incluían frases en cursiva o puestas ventajosamente en mayúsculas dentro del texto. Por medio del juego tipográfico, el público lector se condicionaba para entender los mensajes a dos niveles; uno comunicativo o expresivo y otro tipográfico y casi icónico. Por ejemplo, La Federación trae un ensayo titulado «Tiranos y traidores». El texto, de tipografía habitual, denuncia a un compañero que traicionó a la causa. Lo delatan primero sin mencionar su nombre: «No lo conocéis seguramente. Pues vale la pena que os fijéis en el nombre que veis atravesado, para que en el fuero interno de vuestras conciencias le arrojéis al rostro inmundo, un salivazo de desprecio como premio a su traición». Tan sólo después de este aviso aparece el nombre del traidor, pero escrito con letras mayúsculas mucho mayores y más gruesas, dispuestas transversalmente y ocupando el espacio de todo un párrafo:

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Siguen a continuación, varios párrafos que detallan las felonías del acusado, y después de cada párrafo, se vuelve a ver el nombre vergonzante atravesando la página.

Se puede ver aquí que el impacto está fundado en la ruptura gráfica del sintagma tipográfico en la página y la modificación del tamaño de los caracteres tipográficos crea una discontinuidad en la linealidad del mensaje. La vista del lector se dirige de inmediato al nombre; la información clave, para luego completar la información por medio de la lectura del texto.

Hay que tener en cuenta también los números que a veces aparecían impresos en papel de color. Eran conmemorativos de algún acontecimiento especial: los mártires de Chicago, la Comuna, los sucesos de Jerez. Se preferían los colores de cualidades agresivas y simbólicas: rojo, violeta, amarillo. El color permitía hacer el mensaje de ese día visualmente distinto. Debemos mencionar, asimismo, los grabados que decoraban las páginas de los periódicos. A veces como orlas alegóricas, a veces intercalados o complementados por un texto. Algunas publicaciones como Salud y Fuerza, publicaban sistemáticamente un grabado y hacían un concurso entre sus lectores, pidiéndoles que escribiesen el texto que mejor lo explicara. Estas experimentaciones potenciaban una lectura a una ojeada del periódico, no pasiva, sino de solicitación y descubrimiento.

Podemos reseñar las diversas secciones del periódico. Para comprenderlas es interesante la advertencia de Maeztu, donde señala atinadamente la diferencia entre periódicos anarquistas y burgueses:

Se leen infinitamente mayor número de periódicos burgueses, pero en éstos, la actualidad lo ocupa todo… el interés que despiertan es puramente momentáneo. No sucede lo mismo con los periódicos anarquistas. Lo que hay de actualidad en ellos, referente casi siempre a constituciones de sociedades obreras, a conflictos entre capital y trabajo, no ocupa sino la tercera o cuarta parte del número y como lo restante se dedica a cuestiones doctrinales, el ejemplar se guarda y la influencia de estas publicaciones sobrevivirá a la muerte. Sé de muchas gentes que conservan la colección íntegra de sus números. ¿De cuántos semanarios se podrían decir otros casos?

En efecto, la mayor parte de la información en esos periódicos no se relacionaba con noticias de actualidad, a menos que fueran pertinentes a la lucha proletaria. La orientación al seleccionar el material era primordialmente ideológica.

Una sección importante de los periódicos se refería a la ciencia. La ciencia formaba parte fundamental del ideario social y estético anarquista, y por ello no es de asombrarse que apareciese a menudo en columnas llamadas «Arte y ciencia», o «Arte y sociología». Estas secciones trataban los temas más heterogéneos y dispares. «Los albinos» en El Productor, «El pulpo de tierra» o «Como respiran las ostras» en La Revista Blanca. A veces estaban a cargo de firmas fijas, como la de La Revista Blanca, escrita por Tárrida del Mármol. En general eran artículos pequeños, generalmente de divulgación, bastante y muchas veces mal simplificados, a veces formaban párrafos más complejos, con un vocabulario técnico y específico que debía exigir cierta preparación.

Llama la atención la abundancia del material contenido en la sección literaria y artística de los periódicos anarquistas. Siempre, aun en los momentos de mayor antiintelectualismo, los libertarios consideraron a la cultura como palanca de la revolución. Acracia señala su papel: «por ella las inteligencias y las voluntades dispersas se unen y se conciertan en un pensamiento y en una acción común y se forma esa entidad poderosa, el pueblo consciente». Es notable su actitud abierta. Se señalaba que el arte debía ser popular y satisfacer las necesidades de la revolución, pero en el anarquismo, ello no desembocó en la teoría expresa de que el arte al servicio de las masas venía a ser el arte al servicio del esclarecimiento de una línea política muy delimitada. Ello hubiese implicado ya, en principio, una desviación del pensamiento original, pues es indudable entonces concebir que ello debería estar a cargo de periodistas profesionales capacitados que fuesen quienes explicasen y popularizaran entre el proletariado los fines ideológicos. Los anarquistas, por el contrario, basaban su periódico mayormente en escritores no profesionales que abarcaban una gama muy amplia de tendencias.

Esta sección generalmente aparecía en las páginas 2 y 3, y estaba formada en su mayoría por cuentos o poemas enviados por lectores o a cargo de alguna firma fija. A veces aparecían firmas ya conocidas, como la de Joaquín Dicenta, y hubo un momento en que se trató de reclutar a intelectuales de reconocido prestigio como Unamuno que escribió para Ciencia Social y La Revista Blanca. Pero la gran mayoría de estas colaboraciones eran escritas y enviadas por lectores de todas partes de la península.

Otra parte fundamental en los periódicos se la dedicaba a noticias de compañeros presos. Espartaco llamaba a su sección «Ecos de presidio», Germinal, «En favor de los perseguidos», La Justicia se subtitulaba «Organo del comité pro presos». La Federación Igualadina solía traer en primera página listas de suscripciones a favor de compañeros presos con motivo de huelgas; se citaba el nombre del donante y la cantidad aportada. Las noticias se daban en forma concisa a veces: «Rafael Rueda, acusado de un sinfín de delitos imaginarios para así anular su influencia sobre el movimiento sindicalista local». En otras ocasiones, aparecían en párrafos más prolijos y, en ocasiones, la historia de algún preso se seguía a través de diversos números de varios periódicos. Tal es el caso del militante Marcelino Suárez de quien tenemos por primera vez noticias en Acción Libertaria de Madrid y cuya suerte se puede seguir a través de varios periódicos.

Como se puede ver por este suceso, se conseguía un gran impacto en el interés de los lectores, debido al contacto que éstos adquirían con el caso. La experiencia, seguida a lo largo de un período de tiempo, los familiarizaba con el protagonista y acentuaba lo concreto del ideario; la experiencia individual era, en efecto, siempre más viva y real que la abstracción ideológica.

Los periódicos traían además una sección dedicada al movimiento obrero: veladas sociales, cantidades recibidas para suscripciones, noticias de huelgas, cuentas de gastos de distintas asociaciones obreras, resultado de ciertas huelgas, etc. También traían relaciones de los acontecimientos de la vida cotidiana y familiar. Esta información directa expresaba la situación de lucha y narraba detalles de la vida del compañero libertario de manera viva, insertados directamente como elementos de un proceso de formación ideológica.

Dentro de este contexto son interesantes las noticias referentes a las desgracias que el obrero tenía que sufrir a manos de la organización capitalista. Aparecían a veces en forma de pequeñas anécdotas, y bajo títulos como «Martirologio obrero», «Martirologio del trabajo». Los hechos se narraban con lujo de detalles, dando nombres y especificando circunstancias. Por ejemplo, los varios accidentes ocurridos a obreros durante el curso de sus labores. A menudo se acompañaban estas narraciones con acotaciones personales y sentimentales.

Se daban también noticias de las diversas actividades de grupos anarquistas dispersos por el país. Se participaba sobre veladas políticas, teatros, bailes, mítines, colectas a favor de compañeros en huelga. Había mención a nacimientos, bautizos, entierros y uniones civiles, logrados a pesar de los obstáculos levantados por las autoridades eclesiásticas. Estas noticias, de naturaleza íntima, se dirigían a valores sentimentales, pero que formaban parte de la ideología ácrata llevada a la práctica en situaciones cotidianas. Tal vez es interesante citar algún caso. La Federación Igualadina, por ejemplo en su sección «Misceláneas doctrinales» menciona que: «El niño Constelación Perseo, hijo del federado Casimiro Rodríguez y Santos ha nacido en ésta de Valladolid el día primero del corriente mes a las 4:30 de la tarde, quedando desde este día bajo la égida de la Federación Regional y Universal». Espartaco anuncia: «A los queridos compañeros Teresa Salvat y Ramón Zúñiga, les ha nacido un hijo. El niño lleva por nombre Prometeo Humanitario y Artal, y está gordo y hermosote lo mismo que cualquier hijo de cura». Esas anécdotas ejemplificativas tenían la función de identificar espontáneamente al lector con los protagonistas, y pasaban de ser acontecimientos específicos particulares a momentos históricos ideales e inspiradores de la lucha colectiva ácrata.

Podemos ahora señalar una de las características más esenciales de este material periodístico: el hecho de que en su mayor parte no provenía de un grupo editorial sino de la masa de lectores, manifestándose así como una literatura auténticamente popular, producida por autores no profesionales. Encontramos a menudo en los diarios libertarios frases como «Por exceso de originales nos hemos visto obligados a retirar dos artículos compuestos. Irán en el próximo número». O estas reveladoras palabras de La Autonomía de Sevilla: «Por si se dignan dar cabida en su valiente semanario La Autonomía, tengo el gusto de remitir a V. esos mal trazados renglones, en la seguridad de que le vivirá eternamente agradecido este trabajador del campo». Esas líneas preceden un poema titulado «Los presos de Medina Sidonia» firmado por F.S. Otro poema, en el mismo periódico, está firmado por «un taponero» y fechado en Palafrugell, pide que se incluya esa obra en el periódico y que se corrijan las faltas de ortografía. Díaz del Moral atribuye el éxito de esta prensa, en comparación a la socialista justamente a su apertura a las masas.

En más o menor grado, todos son oradores y escritores, y son precisamente esas cualidades las que le atraen la adhesión de las masas. La prensa obrera está llena de artículos de campesinos cordobeses y no son escasos los folletos escritos por manos encallecidas por la azada… Los periódicos anarquistas y sindicalistas necesitaban un redactor para leer, interpretar y escribir de nuevo los numerosos artículos de estos colaboradores espontáneos. El socialismo tendría aquí más adeptos si su Prensa publicara los artículos escritos con letra ininteligible y radicalmente enemigos de todo precepto gramatical.

Efectivamente era en esta forma como el mensaje literario, artístico e ideológico de tales publicaciones se elaboraba y reelaboraba colectivamente, en una dialéctica de intercambio y de comunicación recíprocas entre la redacción y sus lectores. Los artículos, poemas, cuentos, ensayos, noticias, eran provenientes de la masa, de su historia, de su realidad específica y eran a la vez su expresión y su realización. Patentizaban así la cultura propia de una factura social; los desposeídos, e implicaban otro nivel y otro modo de comunicación que explican su amplia difusión y multiplicación.

El carácter colectivo de estos periódicos se ve también al observar las firmas de tales colaboraciones. La mayoría eran anónimas, o firmadas por iniciales, muchas otras llevan simplemente la firma: «Un zapatero», «un compañero», »un vinicultor». No es esta actitud un simple deseo de anonimato, sino que era completamente consciente y estaba motivado por ideales muy específicos discutidos en las publicaciones ácratas.

Este concepto colectivo hacía del periódico anarquista una forma de conciencia de una determinada facción social; el proletariado. Terminaba con el concepto de la información noticiosa, la apreciación y la práctica de las artes y la literatura como predominio y manufactura exclusiva de las clases privilegiadas, y lo convertía en patrimonio y producto del proletariado. Significando su oposición al dominio de la burguesía en la cultura y la información, proponían una cultura y una información alternativas y revolucionarias.

Podemos concluir que la difusión del anarquismo a través de estas publicaciones era debida mayormente a la labor ideológica-cultural que llevaban a cabo, trabajo que podría resumirse en tres puntos fundamentales:

  1. Creación de canales de comunicación e información internos a los grupos participantes en la lucha social.
  2. Crítica, desenmascaramiento, oposición a los lenguajes y canales institucionalizados por la clase detentora del poder.
  3. Práctica de una cultura y una información alternativas proletarias de base colectiva.

Publicado en Polémica, n.º 21, marzo 1986