Madrid resiste al fascismo
Madrid resiste al fascismo

El 4 de noviembre de 1936 se reorganizó el Gobierno presidido por Largo  Caballero, con la incorporación de cuatro ministros de la CNT. Dos días después, el Gobierno decidió abandonar Madrid, cuando los ejércitos fascistas llegaban a la Casa de Campo y a las orillas del río Manzanares. La gravedad de la situación obligó al Gobierno a salir de la capital de España, pero no quiso hacerlo sin comprometer en ello a la entonces poderosa Confederación Nacional del Trabajo.

El día 6 se trasladó el Gobierno a Valencia dejando Largo Caballero una carta al General Pozas, Jefe del Ejército del Centro, para el General Miaja, Jefe de la Primera División Orgánica y Comandante de la Plaza de Madrid. Aquella misma noche, el General Miaja convocó a una reunión urgente en su puesto de mando a todos los partidos y organizaciones antifascistas. Iniciada la reunión, Miaja dio lectura a la siguiente carta:

El Gobierno ha resuelto, para poder continuar cumpliendo su primordial cometido de defensa de la causa republicana, trasladarse fuera de Madrid, y encarga a V.E. de la defensa de la Capital a toda costa.

A fin de que lo auxilien en tan trascendental cometido, aparte de los organismos administrativos que continuarán actuando como hasta ahora, se constituye una Junta de Defensa de Madrid, con representación de todos los partidos políticos que forman parte del Gobierno y en la misma proporcionalidad que en éste tienen. Junta cuya presidencia ostentará V.E.

Esa Junta tendrá facultades delegadas del Gobierno para la coordinación de todos los medios necesarios para la defensa de Madrid, que deberá ser llevada al límite y, en caso de que a pesar de todos los esfuerzos haya de abandonarse la capital, ese organismo quedará encargado de salvar todo el material y elementos de guerra, así como todo cuanto considere de primordial interés para el enemigo.

En tal caso las fuerzas deberán replegarse en dirección a Cuenca, para establecer una línea defensiva en el lugar que le indique el General Jefe del Ejército del Centro, con el cual estará siempre V.E. en contacto y subordinación para los movimientos militares, y del que recibirá órdenes para la defensa, y el material de guerra y abastecimientos que se le puedan enviar.

El Cuartel General y la Junta de Defensa de Madrid se establecerán en el Ministerio de la Guerra, excepto aquellos elementos que el Gobierno juzgue indispensables llevarse consigo.

Madrid, 6 de noviembre de 1936. FRANCISCO LARGO CABALLERO.

En aquella misma reunión quedó estructurada y constituida la Junta de Defensa de Madrid, con las siguientes representaciones:

  • General José Miaja. Presidente, Jefe de la Primera División Orgánica y Comandante de la Plaza de Madrid.
  • Máximo de Dios. Secretario. Partido socialista.
  • Santiago Carrillo. Orden Público. Juventudes Socialistas Unificadas.
  • Lorenzo Iñigo. Industrias de Guerra. Juventudes Libertarias.
  • Manuel González Marín. Transportes. CNT.
  • Pablo Yagüe. Abastecimientos. UGT.
  • Isidoro Diéguez. Milicias. Partido Comunista.
  • José Carreño España. Propaganda. Izquierda Republicana.
  • Enrique Caminero. Servicios del Frente. Partido Sindicalista.

González Marín pertenecía al Sindicato de Transporte y yo al Metalúrgico. Pero a pesar de la filiación política que oficialmente figuraba de estos consejeros, la realidad era esta otra:

  • General Miaja. Por un chantaje de los comunistas –como explicaré más adelante– desde un principio quedó sometido al Partido. El Boletín Internacional Press Correspondence, órgano del Komitern, declaró por entonces que «el general Miaja está encuadrado en la órbita comunista».
  • Máximo de Dios. Protegido de Álvarez del Vayo, al que debía su representación en la Junta de Defensa y que, como él, estaba subordinado a los agentes soviéticos en Madrid.
  • Santiago Carrillo. Según Enrique Castro, en su libro «Hombre made in Moscú», la misma noche que asumió la Consejería de Orden Público, solicitó su ingreso en el Partido Comunista, siendo Castro quien recibió la petición; por enfermedad de José Díaz.
  • Pablo Yagüe. Representante de la UGT. Militante del Partido Comunista, disciplinado y obediente a este partido y no a la Sindical que oficialmente representaba.
  • Isidoro Diéguez. Representante oficial del Partido Comunista.

Es decir, de los diez hombres que componían la Junta de Defensa, cinco eran comunistas u obedientes a las órdenes de este partido. Los dos libertarios estuvimos hasta el final luchando contra sus maniobras y atropellos, como veremos más adelante.

Reunión de la Junta de Defensa
Reunión de la Junta de Defensa

Mi primera gestión en Industrias de guerra fue pedir a la CNT compañeros técnicos para formar un equipo competente para enfrentarse con la responsabilidad de producir material de guerra, contando con todas las dificultades de una ciudad poco industrial, como era Madrid por aquellas fechas, sometida además a los rigores de la guerra y a la poca ayuda que cabía esperar del Gobierno.

El Sindicato de Técnicos mandó los siguientes compañeros: Enrique Rodríguez Guis, ingeniero industrial con experiencia en armamento por haber sido director de la fábrica de armas de Trubia; Leopoldo Eugene, ingeniero químico; Francisco Calviño, perito industrial; Enrique Valenzuela, perito mecánico; José Iglesias, perito fundidor, y Fermín Mateos, perito industrial.

Los sindicatos Metalúrgico y Mercantil mandaron el resto de los compañeros necesarios para cubrir todos los puestos que completaron el personal de la Consejería.

Lo primero que hicimos fue visitar los talleres metalúrgicos de Madrid para conocer las características de producción y ponerlos al máximo rendimiento. El Consejo Técnico trabajó con gran eficacia y pronto quedó planificada la producción. Existía, sin embargo, un grave problema. La aviación enemiga bombardeaba Madrid varias veces al día y cada vez que aquello ocurría, los trabajadores abandonaban el trabajo para correr a los refugios, lo que causaba muchas pérdidas en la producción de material de guerra. Para tratar de evitarlo, encargué a Fermín Mateos la inspección del túnel en construcción del enlace ferroviario, que va desde la Estación de Atocha a la de Chamartín, bajo el paseo del Prado y de la Castellana, y estudiar las condiciones que reunía para montar allí los talleres de las industrias de guerra.

Con técnicos del Sindicato de la Construcción, Mateos hizo el reconocimiento y a los pocos días entregaron su informe. Aquel túnel se prestaba admirablemente para las funciones que habíamos pensado, pero necesitaba acondicionarlo para eliminar las numerosas filtraciones de agua, dotarlo de instalación eléctrica y de extractores de humos para hacer posible el trabajo en su interior. No se podía hacer todo aquello en poco tiempo, dada la longitud del túnel. Pero ellos mismos habían concebido un ingenioso procedimiento: unos canalillos de cemento que, recogiendo las filtraciones de agua en su origen, las bajarían por las paredes hasta el centro de la galería, donde un canal recogería el agua de las paredes, pasando directamente al alcantarillado general.

Con los técnicos que habían hecho aquel informe, giramos una visita al túnel para ver sobre el terreno las posibilidades del proyecto, comprobando que podía realizarse si la obra se hacía en poco tiempo. Inmediatamente fui a ver al general Miaja a su puesto de mando, en los sótanos del ministerio de Hacienda, que ofrecía seguridad absoluta ante los bombardeos, donde se celebraban también las reuniones de la Junta de Defensa, para informarle de nuestro proyecto. Miaja me dijo que por su parte no existía ningún inconveniente, con lo cual pusimos manos a la obra. El trabajo se realizó en un tiempo récord; trabajando día y noche, por turnos, en cuarenta y cinco días quedaron hechas todas las obras de acondicionamiento, así como el traslado e instalación de las industrias metalúrgicas. Tuve la precaución de entregar a cada propietario un inventario de las máquinas y herramientas que llevamos al túnel, para que en su día pudieran recuperarlas. Los propietarios de los pequeños talleres se incorporaron con sus máquinas a trabajar en aquella gran nave metalúrgica, dentro de la cual se habilitaron cocinas y comedores para los trabajadores. Antes, en sus respectivos talleres no trabajaban más de seis horas diarias por las frecuentes visitas de la aviación enemiga; ahora en el Enlace Ferroviario, la jornada era de diez horas ininterrumpidas, tomando allí la comida del medio día o la de la noche, según el turno de trabajo que tuvieran.

En el extremo norte del túnel, cerca de Chamartín, se reservó un espacio para almacén, en donde se depositaba todo lo producido y desde donde se enviaba a los lugares de destino. Esta organización estuvo funcionando durante toda la guerra. Cuando venían a Madrid los ministros del gobierno, todos ellos visitaban los talleres del Enlace Ferroviario, mostrándose satisfechos de su rendimiento.

La Junta de Defensa celebraba reuniones ordinarias una vez a la semana y extraordinarias cuando alguna circunstancia lo requería. El día 22 de diciembre, a las nueve de la noche, recibí en la Consejería una convocatoria del general Miaja, para una reunión urgente. Al llegar encontré reunidos a algunos consejeros esperando mi llegada. Acto seguido, el general Miaja dijo que Santiago Carrillo le había pedido que convocara aquella reunión para tratar un grave problema que se había producido hacía escasamente una hora. Cedió la palabra a Carrillo para que expusiera el motivo de aquella reunión. Carrillo informó de que a las ocho de aquella noche, Pablo Yagüe, consejero de Abastos de la Junta de Defensa y representante de la UGT, al salir en misión oficial para Valencia, a la altura de la barriada de Ventas, había sido tiroteado por los individuos que formaban el control de milicianos, a la salida de Madrid, sin previo aviso ni mediar palabra alguna; que el citado Consejero estaba herido y en aquel momento le estaban operando, y que por ello había pedido al general aquella reunión de urgencia, ya que él había ordenado a los guardias de asalto de otro control próximo, procedieran a la detención de los autores del atentado a Yagüe. Que éstos estaban detenidos y que tenían carnets de la CNT, pero que, a su juicio, no eran camaradas anarquistas, sino fascistas emboscados bajo nuestra organización, por lo que él pedía que la Junta de Defensa se constituyera en tribunal para juzgarlos.

El pueblo madrileño fue el artífice de la resistencia
El pueblo madrileño fue el artífice de la resistencia

Mis recelos hacia los comunistas me hacían pensar que lo que había relatado Carrillo no era verdad; la situación era grave ya que estaba en juego la vida de tres compañeros, pues Carrillo había anunciado que pediría para ellos la pena de muerte. Como llevaban carnets de CNT y estaban haciendo un servicio de vigilancia a las puertas del Ateneo Libertario de Ventas, autorizados por la fuerza pública que llevaba con ellos el control en aquel puesto, yo dije en la reunión que me permitieran obtener una información completa de los hechos y averiguar cabalmente la personalidad de aquellos individuos. Me costó trabajo pero conseguí que se aceptaran mis proposiciones, suspendiéndose la reunión dos horas. Salí en dirección al Comité Regional de Defensa a ver a su secretario, Eduardo Val, para informarle de lo que había ocurrido en la reunión, y pedirle hiciera una urgente investigación para conocer la verdad de lo ocurrido. Con aquella flema que le caracterizaba, Val me dijo que ya conocía todo lo ocurrido, por los compañeros del Ateneo Libertario de Ventas, que habían acudido a informarle, y que los hechos no se habían producido como había informado Carrillo. Los compañeros que había detenidos no eran emboscados ni fascistas; eran militantes de absoluta confianza, de los que no cabía dudar. El incidente tampoco se había producido según el relato de Carrillo, sino de esta manera: al llegar el coche en el que viajaba Yagüe con otros dos individuos, al control mencionado, los componentes de este control detuvieron el coche para identificar a los ocupantes, como hacían con todos los que por allí pasaban. Cuando les pidieron la documentación, Yagüe les respondió que si es que no le conocían. Los compañeros le respondieron que no, que su misión era parar a todos los coches y comprobar la documentación de sus ocupantes. Entonces Yagüe les dijo «Soy Pablo Yagüe, miembro de la Junta de Defensa de Madrid». Como los compañeros insistieran en ver su documentación, Yagüe les mostró su carnet sin soltarlo; al ir a coger el documento uno de los compañeros, Yagüe gritó: ¿Es que no lo ves, o también quieres tocarlo?, y ordenó al chófer que siguiera el camino. Los del control le advirtieron que si arrancaba dispararían, pero Yagüe insistió en su orden de arrancar, por lo que los del control respondieron con los fusiles, alcanzando a Yagüe con un tiro en una clavícula.

Eduardo Val había mandado a unos grupos de Defensa a rescatar a los compañeros detenidos por los comunistas; los habían liberado y los habían llevado al frente, para protegerlos en una brigada confederal. Con aquellas explicaciones de Val me quedé más tranquilo y volví a la reunión de la Junta de Defensa. Al reanudarse la reunión, vi que Carrillo tenía un gesto de clara indignación; nada más comenzar dijo que la reunión ya no tenía objeto porque alguien se había llevado a los detenidos de donde se encontraban. Agregó que en la reunión anterior había afirmado que si la Junta no juzgaba a los detenidos, él dimitiría, cosa que hacía formalmente en aquel momento. A partir de aquel día fue sustituido por José Cazorla, aunque yo siempre he creído que aquel relevo lo tenían decidido antes de ocurrir el incidente de las Ventas.

A pesar de los diversos incidentes producidos en el seno de la Junta de Defensa, todos sus miembros desarrollaron una buena labor y cumplieron en sus diferentes funciones a plena satisfacción la misión que tenían asignada, devolviendo la moral al pueblo de Madrid tras la evacuación a Valencia del gobierno. Era frecuente ver por los frentes de Madrid a los Consejeros de la Junta, en visitas destinadas a dar confianza a los milicianos ante la difícil situación que se vivía. El ejército fascista había llegado hasta la Ciudad Universitaria, luchando edificio por edificio frente a las fuerzas antifascistas que los defendían con energía sin igual; el pueblo madrileño, estimulado por los ejemplos heroicos de sus milicianos, se fundió con ellos en la ejemplar defensa de la ciudad. Al regresar de una visita al frente, vi cómo en el Puente de Toledo, un grupo de mujeres se enfrentó a un miliciano que regresaba de las trincheras, insultándole y pretendiendo arrebatarle el fusil que tanta falta hacía en las trincheras; que si él no tenía cojones para seguir luchando, ellas sí los tenían. Tuve que convencer a aquellas decididas mujeres de que aquel compañero no era un cobarde, sino un buen camarada que venía a Madrid a cumplir una misión de guerra. Aquel era el espíritu de lucha que se vivía y aquello fue lo que realmente defendió a Madrid. Así ocurrió que, cuando la Junta de Defensa ordenó evacuar la capital a todas las mujeres y población no combatiente para facilitar las operaciones militares, aquella evacuación no se cumplió; las pocas que acataron la orden, antes de transcurrir dos semanas se las apañaron con diferentes medios para regresar, burlando los controles militares.

Andar por las calles de Madrid era una experiencia curiosa. En la Gran Vía, toda la acera de los números pares estaba desierta a cualquier hora; sólo se circulaba por la acera de enfrente. La explicación era sencilla: la acera por la cual no se circulaba estaba batida por la artillería enemiga; con precaución justificada, los transeúntes circulaban por la otra acera. Cosa semejante sucedía en otras muchas calles. Un día en que la lucha en los frentes era más intensa, me llamó el General Miaja para acudir urgentemente a su despacho. Acababa de recibir un informe del frente en el que le decían que se estaban produciendo varias bajas de soldados como consecuencia del reventón de los cañones de los fusiles. Aquellos fusiles se los llevaron a Miaja, quien me los mostró y pude ver que sus cañones estaban totalmente cegados con plomo. Me explicó el general que, al disparar la cartuchería, con el recalentamiento de los cañones se derretía el balín del cartucho, cegando el alma del cañón del fusil y produciendo la explosión. Miaja me ordenó suspender la fabricación de aquellos cartuchos.

Como además del material que fabricaba la Consejería de Industria de Guerra, había otros talleres en los que también se producían cartuchos de fusil, pensé que los cartuchos del accidente no eran los que nosotros habíamos hecho, sino los fabricados por orden y bajo el control de la Comisaría de Armamento y Municiones. Con aquel pensamiento pedí al general Miaja, en presencia del comandante Vicente Rojo, jefe de su Estado Mayor, la verificación de una prueba para determinar la procedencia de los cartuchos defectuosos.

Nos pusimos de acuerdo para que a la mañana siguiente se hiciera una demostración en el Parque de Artillería con los distintos cartuchos. Aquella tarde reuní al Consejo Técnico, que me confirmó la imposibilidad de que los balines causantes del accidente fueran los nuestros, ya que como no teníamos maquinaria para hacer la vaina de latón que recubriría el cuerpo de plomo de los balines, Enrique Rodríguez y José Iglesias, ingeniero industrial y perito fundidor, respectivamente, habían conseguido una aleación para los balines, con la suficiente dureza y peso, sin peligro de ninguna clase.

A la mañana siguiente, nos personamos en el Parque de Artillería, Rodríguez y yo; enseguida llegaron el comandante Rojo y los representantes de la Comisaría de Armamento y Municiones, dos soldados, cada uno en un foso de los que se emplean para probar las armas, se pusieron a disparar, uno con cartuchos de los fabricados por la Consejería de Industrias de Guerra y el otro con los de la Comisaría de Armamento y Municiones. Enrique Rodríguez y otros observadores, quedaron en el foso donde se disparaban los cartuchos de la Consejería; yo, con el Comisario de Armamento, Sr. Castillo, y el comandante Rojo, nos situamos en el foso donde se disparaban los de la Comisaría de Armamento. Cuando no se habían hecho más de diez disparos, vi cómo por la boca de aquel fusil resbalaba un hilo de’ plomo; sin poder contenerme, grité ¡alto el fuego!; cogí el fusil y con el resto de los presentes, entramos al Parque de Artillería, comprobando que el fusil tenía las estrías del cañón obstruidas por plomo, de tal modo que si hubiera disparado algunos cartuchos más habría explotado. La comprobación era muy importante, ya que la mala fama de aquellos cartuchos se había extendido por el frente y los milicianos creían que era sabotaje para causar bajas entre ellos. Esa especie quedó totalmente desmentida, ya que los hombres de la Comisaría eran absolutamente leales a la causa antifascista, a pesar de esos fallos de su capacidad técnica. Como consecuencia del informe que el comandante Rojo y el coronel Gil dieron a Miaja de las pruebas, éste ordenó suspender la fabricación de aquellos cartuchos y que solamente se fabricasen por el procedimiento empleado por la Consejería de Industrias de Guerra.

En otra ocasión hubo problemas por la censura, ejercida por Cazorla, Consejero de Orden Público. Un día fue suspendido el diario CNT por no respetar la censura; la sanción impuesta fue de ocho días sin aparecer. Estábamos en una reunión de la Junta, cuando se presentó allí García Pradas, director de CNT, pidiendo verme urgentemente. Traía bajo el brazo un paquete de periódicos de Mundo Obrero. Me explicó la artimaña que empleaban en aquel periódico para burlar la censura. Hacían una edición muy reducida respetando la censura, que distribuían por los centros oficiales. El resto de la tirada aparecía sin censura de ninguna clase.

Pradas traía diferentes números de la misma edición, en los que esto quedaba claramente demostrado. Recogí aquellos periódicos y prometí a García Pradas presentar el caso en la reunión que estábamos celebrando. Al final de la reunión, planteé el caso de la suspensión que pesaba sobre el diario CNT por no respetar la censura, suspensión que se estaba observando por nuestra parte resignadamente, pero que los que habían denunciado a nuestro periódico, estaban burlando la censura con procedimientos mucho más censurables que los nuestros, como se podía comprobar por aquellos números de Mundo Obrero del mismo día, pero de diferentes ediciones, en las que en una aparecía respetada la censura y en otras no. Terminé pidiendo para Mundo Obrero la misma sanción que pesaba para CNT. El debate fue duro pero el periódico comunista fue sancionado con una suspensión igual a la que pesaba sobre CNT.

En los talleres dependientes de la Consejería de Industrias de Guerra estaban empleados casi todos los metalúrgicos madrileños. La Consejería pagaba sus jornales y las facturas de los almacenes que nos suministraban materiales. Cuando marchó el gobierno a Valencia, dejó en el Banco de España un fondo de 30 millones de pesetas para cubrir los gastos de las diferentes Consejerías. Todos los sábados iba el cajero a recoger del general Miaja un cheque para pagar los gastos de facturas y nóminas del personal, presentando un estadillo. El cheque había sido atendido por el Banco sin ningún inconveniente, pero un sábado, el general Miaja la dijo al cajero que había recibido órdenes del gobierno de suspender los pagos a la Consejería de Industrias de Guerra y que, por lo tanto, no le daría el cheque.

Al contarme el cajero lo sucedido llamé por teléfono a Miaja, quien me confirmó lo dicho por el cajero. Le contesté que pensara bien la gravedad de lo que aquello podía representar, porque yo no podía dejar sin cobrar aquella semana a los metalúrgicos madrileños que trabajaban en industrias de guerra, ni tampoco a no pagar las facturas de los suministros que nos habían hecho nuestros abastecedores. Le dije estar dispuesto a enviar a su cuartel general aquel mismo sábado, a cobrar a los obreros metalúrgicos que trabajaban para industrias de guerra. Mi actitud asustó a Miaja; me dijo que él no quería problemas de aquella clase, y que yo no podía hacerle aquello.

Lorenzo Íñigo
Lorenzo Íñigo

Acto seguido marché a verle y, abiertamente le dije que no creía que el gobierno le hubiese dado aquella orden de suspender los pagos de industrias de guerra; que era absurdo y que no cabía en ninguna cabeza aquella decisión. Pero a pesar de mis argumentos no conseguí otra respuesta. En aquel momento tuve la convicción de que Miaja estaba siendo manipulado por alguien que le estaba empleando contra nosotros, mediante algún chantaje. Nuestro Comité de Defensa me había informado cuando se constituyó la Junta de Defensa que los comunistas tenían una ficha del general Miaja como perteneciente a la Unión Militar Española, organización a la que, antes del 18 de julio, pertenecían muchos militares de derechas. Aquella ficha estaba siendo empleada por los comunistas para hacer de Miaja un títere de su partido. Estaba claro su propósito de eliminarnos de la Junta de Defensa y el camino elegido para no dar la cara fue servirse de Miaja. Pensando todo esto dije a Miaja: «Mi general, alguien le está empleando para sus maquiavélicos planes y si usted no tiene coraje para romper con esa gente y recobrar su propia personalidad le llevarán a la ruina». Su respuesta fue apretar los labios, mirándome abatido a través de sus gruesas gafas. En aquel momento me convencí de que no tenía nada que hacer con aquel hombre y salí de su despacho anunciándole que no tenía más remedio que llevar aquel problema ante el gobierno.

Marché directamente a mi despacho y reuní al Consejo Técnico, a quienes expliqué la situación, diciéndoles que necesitaba un informe completo de toda nuestra producción y de sus costos, así como de los gastos generales del departamento, ya que a primeras horas del día siguiente día tenía que salir para Valencia a entrevistarme con Indalecio Prieto, Comisario general de Armamento y Municiones, para darle cuenta de la grave situación que se había creado a la Consejería de Industrias de Guerra.

Al día siguiente, domingo, a primeras horas de la mañana, salimos para Valencia Enrique Rodríguez, Valenzuela y yo, personándonos directamente en el ministerio para ver a Prieto, no pudiendo hacerlo hasta el día siguiente, ya que todo el gobierno había acudido al Ayuntamiento para asistir a un discurso del presidente de la República, don Manuel Azaña.

Dejamos recado al secretario que nos atendió de que informase al ministro de nuestra visita y dejándole un informe le anunciamos que a la mañana siguiente volveríamos. A primeras horas del lunes acudimos al Ministerio, siendo recibidos por el ministro. Prieto había leído ya nuestro informe y comenzó a hacemos preguntas, para terminar diciéndonos si la Consejería de Industrias de Guerra podría fabricar material para la Comisaría de Armamento, para abastecer a otros frentes. Contesté que todo lo que fabricábamos era necesario para los frentes de Madrid y que no teníamos capacidad para fabricar más. Preguntó entonces por qué los costos del material que fabricábamos eran inferiores a los que suministraban de Valencia y Barcelona. Le explicamos que en aquellos lugares, el gobierno adquiría el material a las fábricas como un cliente, en tanto que, en Madrid, la Consejería de Industrias de Guerra, cuanto producía lo entregaba a la Jefatura del Ejército del Centro, sin más intermediarios, al precio de coste, ya que ella corría con los pagos de los salarios de los obreros y con las facturas de los proveedores; que los metalúrgicos madrileños tenían el mismo sueldo desde el mes de abril de 1936, trabajaban diez horas diarias y no cobraban ninguna extraordinaria, así como que todo el personal de nuestra Consejería, desde el ordenanza hasta el Consejero, cobrábamos el sueldo de un miliciano, es decir, diez pesetas diarias, por acuerdo colectivo. Prieto movió la cabeza diciendo: los madrileños sois formidables, ahora me explico por qué el material tiene esos costos, que yo no había creído al leer vuestro informe. Les felicito por el servicio que están prestando; continúen trabajando como hasta ahora. Entonces le respondí que ya no podríamos fabricar más material de guerra, pues aquello era lo que nos había obligado a ir a verle. Expliqué lo ocurrido al cajero de nuestra Consejería, cuando, como hacía todos los sábados, fue a recoger al General Miaja el cheque habitual para pagar a los obreros de Industrias de Guerra y que éste, se lo negó diciendo que tenía órdenes del gobierno de no dar más dinero para la fabricación de material de guerra. Prieto nos cortó sin dejarnos terminar, diciéndonos que aquello era mentira, que él no había dado aquella orden, pero que llamaría al Presidente del Gobierno para preguntarle. En presencia nuestra habló con Largo Caballero, quien le contestó negativamente. Entonces Prieto le dijo: «Ya me suponía que no era verdad; es que está aquí el Consejero de Industrias de Guerra de Madrid y me dice que Miaja le ha negado el sábado el cheque que le da todas las semanas para pagar a los obreros, porque el Gobierno se lo ha ordenado así. Como yo no he dado esa orden y veo que tú tampoco, se confirman las sospechas que tenemos. Bueno; no quería más que confirmar esto. Adiós».

Dirigiéndose a nosotros nos dijo que, sin duda alguna, se trataba de una maniobra de los comunistas. Que habíamos hecho bien en ir a verle. Desde aquel mismo despacho llamé yo a la Consejería y dije al cajero que fuese a ver a Miaja para que le diese el cheque, y que pagase rápidamente a los metalúrgicos.

Un día, David Antona, secretario del Comité Regional de la CNT me llamó para decirme que aquella mañana habían aparecido dos compañeros asesinados, con el carnet de la Organización metido en la boca y que, por ciertas informaciones, habían comprobado que los asesinos eran comunistas; que había dado orden al Comité de Defensa para que a la mañana siguiente aparecieran cuatro comunistas muertos de la misma manera. La reacción no se hizo esperar; aquella misma mañana, llamó a David Antona el secretario del Comité Provincial del Partido Comunista para decirle que se había enterado de que el día anterior habían aparecido dos camaradas anarquistas muertos en las calles y que aquel día cuatro comunistas habían sido muertos en la misma forma. Que a su entender aquello era de la máxima gravedad y convenía reunirse para estudiar las medidas a tomar, pues estaba seguro de que los asesinatos eran cometidos por fascistas de la quinta columna. Antona le respondió que los dos sabían perfectamente quienes eran los autores de aquellas muertes y que si no aparecían más anarquistas asesinados, quizá tampoco aparecieran más comunistas. Colgó el teléfono. A pesar de todo, los enfrentamientos entre comunistas y anarquistas no cesaron en toda la guerra.

La Junta de Defensa tuvo el final que preveíamos y el día 22 de abril de 1937 fue disuelta. En la reunión celebrada para comunicarnos su disolución, Carreño España representante de Izquierda Republicana, le dijo a Cazorla: «Tú y tus camaradas sois el Juan Simón de la Junta de Defensa». En aquella reunión, el general Miaja nos dio a conocer un oficio firmado por el presidente del Gobierno dirigido a él, ordenándole la disolución de la Junta. El Estado Mayor del Ejército del Centro debía seguir asumiendo la responsabilidad militar de la defensa de Madrid y, a partir de aquel momento toda la vida civil quedaría bajo la responsabilidad del Gobierno Civil y del Ayuntamiento que se constituiría. El texto de aquel oficio decía:

El presidente del Consejo de Ministros y Ministro de la Guerra al General Jefe del Ejército de Operaciones del Centro. Excmo. Sr.; Debiéndose constituir en fecha 24 del actual el Ayuntamiento de Madrid, en lo sucesivo dicha corporación se ocupará de aquellas funciones que correspondan a las necesidades y atenciones del municipio. Por lo que se refiere a la autoridad gubernativa, será ejercida en todas las provincias por los organismos dependientes del Ministerio de la Gobernación.

En consecuencia de ello, participo a V.E. que quedan modificadas, en el sentido que se desprende del párrafo anterior, las órdenes del 6 de noviembre de 1936, emanadas de mi autoridad y trasladadas a V.E. por oficio de la misma fecha. Queda por consiguiente circunscrita la jurisdicción de su mando a los órganos estrictamente militares y, se concreta de manera exclusiva a la jefatura del Ejército de Operaciones del Centro.

Por todo lo anterior, queda relevada la persona de V.E. del ejercicio de la autoridad en el orden civil y, por lo tanto, de las funciones delegadas del gobierno en la persona del jefe de la plaza militar de Madrid. Tal relevo deberá originar, a su vez, la disolución de la Junta delegada de Defensa de Madrid, cuyos miembros han venido auxiliando a V.E. en la gestión gubernativa para la delegación directa de mi autoridad.

La zona militar de Madrid será aquella parte de la población que queda al oeste de la siguiente línea de norte a sur: Calle de Bravo Murillo, Glorieta de San Bernardo, Plaza de Santo Domingo, calle de Campomanes, Plaza de Fermín Galán, calle del Espejo, calle de Milaneses, calle Mayor, calle de Ciudad Rodrigo, Plaza Mayor, calle de Toledo, calle de los Estudios, plaza de Nicolás Salmerón, Ribera de Curtidores, plaza de Legazpi, puente de Andalucía y río Manzanares.

Al cesar V.E. en las funciones delegadas del gobierno, debo significarle el agradecimiento del Consejo de ministros y mi gratitud personal por el acierto, energía y abnegación con que en todo instante ha auxiliado a los poderes públicos, gratitud que ruego transmita a sus colaboradores, los miembros de la Junta Delegada de mi autoridad. Valencia, 21 de abril de 1937. El presidente del Consejo de Ministros y Ministro de la Guerra, Francisco Largo Caballero.

Así murió la Junta de Defensa de Madrid, pero en su corta existencia, cumplió la histórica misión para la que fue creada: parar el avance de los ejércitos fascistas internacionales, mediante la moral de resistencia forjada en los combatientes y el pueblo, fundidos en la misma voluntad unánimemente expresada en un grito colectivo: ¡NO PASARAN! que retumbaba por las trincheras, las calles y las fábricas de Madrid. Y Madrid resistió, acorralado y hambriento, durante 32 meses, hasta el final de la guerra, como baluarte inmortal de la LIBERTAD.

Publicado en Polémica, n.º 22-25, julio 1986