_iglesias_36ff7588Tenía que pasar. Tarde o temprano tenía que pasar. Era solo cuestión de tiempo que nos despertaran con la noticia de que Pablo Iglesias es un proetarra y que Podemos es poco menos que una organización más de ese interminable «entorno de ETA» que de cuando en cuando se encarga de ensanchar el Ministerio del Interior.

Y las razones son obvias. La irrupción de Podemos, en las pasadas elecciones europeas, rompió la correlación de fuerzas persistente desde la Transición, logrando que el conjunto de la Izquierda –conjunto en el que, por supuesto, no está el PSOE– llegara al 20%, abriendo así una nueva perspectiva de futuro. Encuestas posteriores a las elecciones auguran un avance espectacular de este bloque, que podría suponer hasta un total de 100 escaños en un futuro Congreso de los Diputados y ya se plantean procesos de confluencia de fuerzas políticas y movimientos sociales para la recuperación de una democracia perdida. En realidad para la forja de una democracia que nunca existió.

No puede extrañar que el pánico se haya extendido por todos los ámbitos del Régimen del 78 y que todos sus medios de propaganda, desde el –en otros tiempos– «progresista» El País, hasta la caverna mediática de toda la vida se hayan lanzado a una carrera frenética para propagar el infundio más dañino o elaborar la descalificación más contundente contra Podemos. Empezaron por las conexiones con la Venezuela bolivariana, se empeñaron en magnificar una supuesta lucha interna en el interior de Podemos que finalmente quedó en nada, no faltó la consabida acusación de separatismo por la defensa del derecho a decidir y, finalmente, ha llegado el plato fuerte: la complicidad con el terrorismo de ETA.

No vale la pena entrar en detalles. Estas acusaciones siempre repiten la misma lógica desde hace décadas: Fulano de Tal tiene un vecino cuyo primo segundo tiene una amiga que un día se tomó una cerveza en una herriko taberna; conclusión: Fulano de Tal es un etarra. Su lógica parece extraída de aquella famosa frase que pronunció en mayo de 1977, en plena dictadura de Videla, el general Ibérico Saint-Jean, gobernador de la provincia de Buenos Aires: «Primero mataremos a todos los subversivos, luego mataremos a sus colaboradores, después a sus simpatizantes, enseguida a aquellos que permanecen indiferentes y, finalmente, mataremos a los tímidos». Aquí no han intentado matarlos, se han tenido que contentar con estigmatizarlos y excluirlos de la vida política, de la comunidad de los «demócratas».

Esa estrategia de exclusión es la que ahora se está aplicando a Podemos y, como no podía ser de otro modo, tiene su origen en las habituales «filtraciones» del Ministerio del Interior a un periódico afín, en este caso El Mundo. La pregunta es si esto todavía funciona después de más de cuatro años sin atentados desde el anuncio de ETA de cese definitivo de su actividad. La incógnita se despejará en breve, pero es más que improbable que en una sociedad que ha dado por definitivamente terminado el capítulo del terrorismo y que tiene problemas mucho más graves de que ocuparse, pueda tener eco este tipo de maniobras.

Lo cierto es que, con esta acusación contra Podemos y con las consecuentes exigencias de que la Fiscalía tome cartas en el asunto, el Régimen ha utilizado su arma más poderosa. Si no funciona quedará claro que los medios del Sistema ha perdido toda su credibilidad, que el Sistema ha perdido toda capacidad de maniobra y que la sociedad ya no está dispuesta a dejarse tomar el pelo. En fin, algo así como si Van Helsing le mostrara un crucifijo a Drácula y éste se echara a reír.