Francisco Ponzán Vidal
Francisco Ponzán Vidal

Dice García Durán que la Biblioteca Nacional de Madrid tiene cerca de 18.000 estudios entre libros y trabajos, sobre la guerra civil española. ¿Queda algo por decir o por estudiar?

Por aquello de que la cabra siempre tira al monte y por tener sobre mis espaldas el testimonio de una sentencia que me condenó en su día a la pena de muerte por espionaje al servicio de los vencidos, he querido ver qué se dice en esa multitud de libros, tesis y folletos sobre el servicio de espionaje en especial; y me he encontrado con una pobreza tal, casi nulidad, que me ha dado la impresión de que no hubo agentes de información o de que hicieron la guerra tan clandestinamente, que la comenzaron entre sombras, a la chita callando, y la terminaron esfumándose en el misterio para perderse en el olvido de la Historia.

En la Biblioteca Universitaria de París X (Nanterre) que es, haciendo honor a su fama, la mejor y más completa en Francia en lo relativo a la guerra civil española con unos 8.000 volúmenes, hay solamente dos libros que hacen referencia a los servicios de espionaje. Uno es del historiador y periodista español Pastor Petit, con el título Los dossiers secretos de la guerra civil (Edit. Argos, Barcelona, 1978), y el otro es de Armando Paz: Los servicios de espionaje en la guerra civil de España 36-39» (Edit. San Martín, Madrid, 1976).

El contenido de la obra de Pastor Petit, que tiene sin duda el mérito y el valor, de haber tragado mucho polvo para desenterrar informes y expedientes y dar luz a los trabajadores en las sombras de las guerras, hay una advertencia previa del mismo autor y que me permito transcribir; porque, fruto de su honradez, no puede ser más elocuente: «A lo largo de esta obra y fieles al título que la preside se inserta cierto número de informes de los dos bandos en lucha que, en su día, fueron top secret y que luego, durante 40 años, han permanecido inéditos, con su carga explosiva y denunciante. Quiere el autor dejar bien sentado que el contenido de tales textos refleja sucesos reales o supuestos; en unos cabe la certeza, y en otros sólo la sospecha de autenticidad. Debido a la naturaleza de los dossiers en innumerables casos resultó imposible –y pedimos disculpa de ello– determinar el volumen de credibilidad que deba merecer el papel desenterrado: atestiguar su valor es tarea que, de momento, con el actual grado de información, rebasa nuestras posibilidades. Por ahora no se puede ir más allá de lo que en esta obra se ha ido. Y no haberlo subrayado con franqueza aquí y ahora seria privarnos de honradez profesional».

El mismo autor ha publicado otros dos libros, uno antes y otro después del de «los Dossiers»: el primero titulado Espionaje (Edit. Bruguera, Barcelona, 1977), y el segundo Espías españoles (Edit. Argos-Vergara, 1979). Describe en este último las acciones de quince personajes escogidos dentro del mundo del espionaje español; y, entre éstos, curiosa paradoja, cuatro agentes republicanos que actuaron durante la guerra civil de 1936-1939, y que figuraban en el libro de Los Dossiers como fusilados el mismo día de su detención (pág. 37) o con un «futuro incierto» muy significativo (pág. 129), reaparecen en el segundo libro vivos y libres los cuatro; aunque esto no signifique que no pagaran con muchos años de cárcel y otras calamidades su actuación guerrera.

En cuanto al libro de Armando Paz, su pobreza, tanto histórica como anecdótica, es tal, que Antonio Téllez en un excelente trabajo inédito Francisco Ponzán. Lucha y muerte, 1936-1944», cuyas páginas me ha permitido leer y releer el autor, dice al citarlo en una nota que «lo único que tiene bueno es el título». Está bien calificado. Hago constar, de pasada, que en este trabajo de Téllez, en preparación, relativo a la trayectoria de Francisco Ponzán Vidal, que fue un auténtico teniente del SIEP, Jefe de la base de Seo de Urgel en los últimos meses de la contienda y siempre entre guerrilleros y agentes de información, todo el primer tomo que hace referencia a la guerra civil en España, puede constituir sin duda, el día de su publicación, una valiosa contribución a la Historia.

Y cuando uno se encuentra ante esta perspectiva de oscuridad y desconcierto, por no decir de vacío o de relleno de paja y viruta, y se propone escribir algo, quizá por obligación moral, sobre el servicio de espionaje en el Ejército de la República durante la guerra civil, no sabe en realidad qué ruta tomar o qué método utilizar.

Los siglos hacen de los hechos dominio de la Historia; su repetición, oral o escrita, los confirma en nuestra tradición como ciertos, fueren hechos acaecidos o puras leyendas y cuentos de fantasía: instalados en el acervo de nuestra cultura. ciertos son. Desconfiamos. sin embargo, de todas las verdades «oficiales», casi dogmáticas: son mentiras en almíbar. Sobre todo cuando se trata de guerras. Las verdades históricas no hacen referencia al pasado ni al presente; van cuajándose en la fragua del futuro. Los mismos testigos oculares y actores principales ven los hechos «a su manera». ¿Qué será, pues, cuando se escribe basándose en documentos que, en las guerras, tienen siempre la vestimenta de una censura férrea? Los servicios de espionaje, además, por su propia índole, no llegan a ser ni públicos. Si en la guerra de España y al servicio de la República, actuaron más de mil agentes entre los enlaces y los agentes fijos del interior: (sólo a través del libro de Pastor Petit se pueden contar unos 300 detenidos, y en el campo de concentración de Santa Eulalia (Teruel) hubo más de 200 en los cuatro últimos meses de la guerra, amén de los detenidos en la cárcel de Conde Toreno de Madrid al terminar la contienda y en muchas otras cárceles; y no olvidemos los que, con mejor suerte, pudieron quedar en la sombra y en el anonimato), sí, repito, hubo más de mil agentes republicanos y cada uno de éstos dictó o redactó varios informes que eran luego multicopiados o mecanografiados para remitir a los diferentes mandos y servicios, podemos suponer que hay más de cincuenta mil folios desperdigados por esas latitudes; y, cosa extraña, nada…, excepción hecha de los apuntes del «Diario», de Ponzán y de su grupo «libertador».

Sea para Pastor Petit el mérito de haberse ocupado el primero de un tema cuya comprensión precisa un cristal y un color algo diferente del utilizado por él: se precisa una visión de espía; desconfianza y seguridad en el paso. No cabe suponer ni calcular. En una palabra: hay que vivirlo. Y mientras se vive no hay agente alguno que haga historia; es la contradicción misma de la función. Por esta razón el servicio de espionaje de los vencedores, continuando todavía en la función , está fuera de la Historia; sólo los vencidos pueden hacer historia desde el primer día de la derrota. Yeso es lo que ha ocurrido aproximadamente en esta guerra civil de los españoles; que casi todos los historiadores al ocuparse de los vencidos, han detallado sus combates, sus reyertas políticas, etc., etc., y los vencedores han pasado poco menos que como el eco de un himno de victoria que se lo lleva el viento.

El Ejército Republicano dispuso, desde octubre de 1936 hasta el ultimo día, de un servicio de Información que fue adoptando nombres y estructuras diversas según las circunstancias, los mandos y la composición política de las unidades de combate: siempre, sin embargo, basado en el arrojo y en la moral sin fallo de sus agentes.

Hemos de considerar en el Servicio varios aspectos diferentes, correspondiendo a tres fases marcadas de la guerra:

l. La fase revolucionaria, desde julio del 36 a mediados de abril del 37 en que se consigue que todos los «milicianos» sean soldados tras el decreto de militarización. El voluntario se transforma en militar y las milicias en Ejército Popular.

En esta fase, y me refiero a los frentes de Aragón, desde el Pirineo hasta sus límites con las provincias de Guadalajara y Cuenca, espías y guerrilleros eran casi los mismos individuos. El llamado servicio de Información de las Columnas era una especie de vigías en lo alto de un cerro que pasaban el día observando lo que se movía en las líneas enemigas. Los espías y los guerrilleros eran otra cosa. Se constituyeron diversos grupos con el fin de hacer sabotajes tras las líneas enemigas. Algunos de estos grupos, tomaron como misión la tarea humanitaria de llegar a las poblaciones fascistas a sacar personas escondidas rescatándoles de la represión o del piquete. Los agentes y sus enlaces procuraban reunir a varias personas un día determinado, y entonces, miembros del grupo pasaban y se los llevaban a su zona. Ajena a esta función humanitaria hubo una organización, con fines guerrilleros, inspirada por el Ejército del Este, con base en Barbastro, que el mes de octubre de 1936 formó un grupo de internacionales. Estos precisaban, para sus desplazamientos en el interior, de algunos españoles que pudieran entenderse y hablar con los eventuales paisanos que pudieran encontrar en su camino. Estos interlocutores fueron desde octubre del 36 los primeros verdaderos espías; ya que poco a poco fueron dedicados a trabajos de información, tanto para localizar puntos de posible acción guerrillera, como de posible bombardeo o movimientos y concentraciones de fuerzas.

2. Fase de Transición. Este periodo comprendería desde abril de 1937 hasta diciembre del mismo año, en que se inicia la batalla de Teruel.

En este tiempo, cada miliciano voluntario tiene que firmar su militarización, y de esto no se exceptuaron ni a los guerrilleros ni a aquellos que ya llevaban algunos meses trabajando como verdaderos espías. Muchos de los hombres en los grupos de los internacionales pasaron a Albacete para ser integrados en las brigadas; los españoles de estos grupos quedaron como huérfanos o adscritos administrativamente a brigadas mixtas, por las que asomaban la nariz de vez en cuando. En Barcelona se constituye una escuela para agentes de información, con el fin principal de recoger a todos estos «huérfanos», y mientras tanto, ver qué se puede hacer con ellos. Aún estando en la escuela, los agentes siguen entrando y saliendo y dando informes al Ejército del Este.

El mes de agosto se crea oficialmente el SIM. Aunque, en un principio, se pensó que el SIM se dedicaría a los servicios de espionaje en la zona fascista, como no fue así y se consagró a misiones de policía militar en la retaguardia republicana, los agentes siguieron en la misma situación amorfa, pero sin dejar de trabajar.

A partir de septiembre, tras la batalla de Belchite, comenzó a hablarse del SIEP que tenía que ser el verdadero servicio militar de espionaje. Algunos grupos de guerrilleros mixtos hasta entonces y dependientes de las brigadas, como el Grupo «Libertador», de Ponzán, hacen un documento de adhesión al SIEP y piden quedar de momento adheridos a la brigada donde están, para evitar publicidades y comentarios.

Y en diciembre se crea oficialmente el SIEP.

3. Fase Militar o SIEP verdadero. El servicio de Espionaje es desde entonces una función específica dentro de la Segunda Sección del Estado Mayor Central: se ocupa exclusivamente de la información dentro de la zona fascista. Hay unos jefes de base en cada gran unidad, y pequeños jefecillos en los puntos cercanos al frente, donde tienen que residir los agentes y estar en perfectas condiciones de trabajo. No faltó la burocracia en el SIEP. Parece necesaria: tenía que reunir y comparar la multitud de informes de los agentes; leer prensa, escuchar radios, etc. Varios cartógrafos tenían al día las líneas del sector enemigo, claro está, según los informes de los agentes, tanto en la identidad de las unidades y de sus mandos, como en el emplazamiento del material y los objetivos de posible bombardeo. Y en esto hay que reconocer que los muchachos estaban al día. A partir de junio del38 se pensó en crear unos sargentos, que sin ser agentes, servían perfectamente al servicio; tenían como misión reclutar agentes y guías por las diferentes unidades, buscando sobre todo a aquellas personas que tenían sus familiares en la zona fascista, y además de esto, durante las noches realizaban descubiertas llegando hasta las líneas enemigas, para encontrar pasos fáciles para los agentes y los guías.

En cualquiera de las tres fases el Servicio de Espionaje Republicano tuvo su estilo propio. Hubo algunos extranjeros que quisieron imprimirle ciertos aires extraños; pero se fue haciendo a su manera. No se pareció en nada a los conocidos servicios alemán, inglés, francés, ruso, americano. etc. Si algún servicio tiene cierta analogía con el de nuestra guerra es el israelí, que también comenzó integrado por activistas y guerrilleros y se apoya en las personas de su raza; del mismo modo que el republicano lo hizo basándose en las personas de sus mismas convicciones sociales y políticas, en un tiempo, no hay que olvidarlo, que en España se creía en la política y se estaba dispuesto a dar la vida por las ideas abrazadas o por no parecer cobarde ante los compañeros de la misma organización. Por lo mismo hay que recalcar que los agentes no actuaron por dinero ni por lucro alguno; ni siquiera por los ascensos. En la mayoría de los casos, a partir de junio del 38, no había ni tiempo material de conseguirlos. La vida de un agente duraba dos o tres servicios. Hay que reconocer que los encargados de la falsificación de los documentos fascistas no estuvieron a la altura ni de los cartógrafos ni de los agentes mismos. Seguían enviando la gente de servicio con pases «quemados». Y, a pesar de ello, los agentes entraban. Los espías españoles, no tuvieron, y en esto creo que son como todos los del mundo, ni el aprecio, ni el honor, ni la admiración de los suyos. El SIEP, para su suerte, era desconocido hasta por muchos de sus jefes militares y del mismo SIM.

Y conviene que termine saliendo al paso de la falsa opinión de los «historiadores» para quienes espía detenido era espía fusilado sin remisión. Así fue, sin duda, hasta noviembre o diciembre del año 38. Desde que terminó la batalla del Ebro, los que fueron cayendo pasaban a cárceles o campos de concentración y eran sometidos a la instrucción de un sumario urgente con Consejo de guerra que fallaba, siempre, la pena de muerte; pero, como se tenía que esperar la confirmación desde Burgos y tardaba unos cuarenta días (exceptuando las mujeres, que ya eran, en principio propuestas para la conmutación), muchos hombres juzgados ya en el año 39, aún en los primeros meses que duraba todavía la guerra, pasaron los días sin ser fusilados: olvidados, dejados como casos sin importancia por no tener acusaciones de carácter de peligrosidad social ni haber persona interesada que pidiera venganza; y tras algunos meses eran conmutados por la pena inferior en grado: condenados a rodar por cárceles y penales. Hasta que a partir del año 1944 sus expedientes eran revisados y dejados en la pena de 20 años de reclusión menor y sujetos a los indultos de libertad condicional o vigilada.

La amnistía concedida tras el advenimiento del Rey los ha dejado al fin tan libres y tan españoles como los demás. Sólo en su conciencia está el honor y la satisfacción de haber sido los más claros y más fieles luchadores por la libertad, en una guerra donde, ellos solos, supieron la cantidad de odio que había en cada zona y en qué medida era el crimen la única expresión de la Justicia.

Publicado en Polémica, n.º 22-25, julio 1986