Federica MONTSENY
Este artículo se publicó en Polémica dentro de un pequeño dossier elaborado con motivo del Congreso de Unificación Confederal celebrado en Madrid entre el 29 de junio y el 1 de julio de 1984. Este Congreso consolidó la unidad de los sectores escindidos del V Congreso (1979) y formó el embrión de lo que más tarde sería la Confederación General del Trabajo (CGT). Próximamente publicaremos en el Blog el artículo que escribió Ramón Álvarez y que apareció incluido en este mismo dossier.
La CNT, desde su fundación en 1910, no ha cesado de tener problemas. Unos originados por el choque de corrientes diversas, perfectamente lógicas en una organización donde la libertad del individuo es siempre inalienable y tiene derecho a expresarse en asambleas, plenos y congresos. Otros introducidos y provocados, muchas veces, por agentes ajenos a la organización misma más o menos teledirigidos por fuerzas políticas exteriores.
Desde siempre se ha perseguido el objetivo de destruir o, por lo menos, anular o disminuir la fuerza y la influencia de la CNT entre la clase trabajadora.
Hemos pasado a lo largo de los años por diferentes etapas. Después de la revolución de 1917 en Rusia, los comunistas consiguieron ser fuerzas hegemónicas dentro de la CNT, sobre todo en Cataluña, a través del llamado Bloc Obrer i Camperol, que más tarde se convirtió en el embrión del movimiento trotskista. Hubo luego el período de discusiones apasionadas entre las dos corrientes dominantes en la CNT, cuando, al regreso de Ángel Pestaña de Rusia, la ilusión en torno a la revolución soviética se fue desmoronando a consecuencia de lo que habían sido experiencias vividas por las diversas delegaciones allí enviadas. Había una corriente libertaria, mayoritaria, que consiguió que en 1919, en su congreso, la CNT declarase que iba «hacia el comunismo libertario». Y había la corriente sindicalista, que consideraba que el sindicalismo debía bastarse a sí mismo.