Chema BERRO
Sé de las dificultades a la hora de hacer atractivo un planteamiento posibilista. En ideas, como en cualquier otro producto de consumo, vende 10 rotundo, 10 redondo. Las personas buscan seguridades, respuestas que disipen cualquier duda, definiciones que reafirmen todos los componentes del ser o identitarios. Esto se consigue mejor desde planteamientos esencialistas en los que a través de una lógica sin fisuras se va construyendo una verdad total, inamovible, valedera para cualquier situación y circunstancia, desde la que nos reconocemos y desde la que nos situamos en una especie de superioridad respecto a la realidad de la que nos enseñoreamos; eso sí, sin ninguna posibilidad de cambiarla. El precio a pagar para conservar los esencialismos es mantenerse en el plano general y de las verdades abstractas, extrayendo para lo concreto recetas que de ellas emanan, pero manteniendo siempre lo real y concreto en un decidido segundo plano, teniendo meridianamente claro que si la realidad no responde a esos esquemas la culpa es suya y que peor para ella. Un posicionamiento magnífico para todo aquel que tenga vocación de ermitaño, más dudoso para quien pretende influir y modificar lo social, pues lleva a la convicción –a través de ese razonamiento de que la culpa es de la realidad, de la sociedad, de los otros– de que el acceso de estos a la verdad sólo puede producirse a través de un endurecimiento crudo y drástico: el «cuanto peor, mejor», típico del maximalismo, aboca a planteamientos totalitarios. Y el totalitarismo es totalitarismo, siempre antisocial y reaccionario. Sigue leyendo