Kropotkin y la Internacional

Max NETTLAU

De 1872 a 1900

La personalidad y la obra de Piotr Kropotkin permanecen desconocidas en parte o conocidas desigualmente. A pesar de sus Memorias, hay hechos en la dilatada vida militante de Kropotkin que siguen en la penumbra de la vida privada.

1-mayo

«El cuarto estado». Cuadro de Giuseppe Pellizza

La parte poco conocida de la vida de Kropotkin puede ponerse en claro con ayuda de sus cartas, numerosas por cierto, aunque dispersas y difíciles de hallar; también sirven al efecto las distintas publicaciones relativas al pensador, sus artículos que figuran en colecciones de periódicos, en francés, inglés y ruso principalmente, pero solo están en dos o tres bibliotecas del mundo, sin que se haya hecho hasta hoy un estudio detenido y sistemático del cúmulo documental.

Hay en Kropotkin un enorme caudal de ideas y razonamientos inalterables, pero se advierten también modificaciones, aunque no muy visibles, en su obra. Conviene, pues, saber cómo y cuándo se inician los cambios.

De momento me interesa estudiar la posición de Kropotkin sobre la Internacional y en la misma, su concepto, expresado mediante textos de diversas proposiciones relativas a una Internacional obrera que discutió frecuentemente de 1881 a 1920.

Se familiarizó inicialmente con la Internacional en Zúrich en el viaje que hizo de febrero a mayo de 1872, por algunos rusos que frecuentaban los medios de Bakunin y al visitar, sin tomar parte en las deliberaciones, la sección suiza de lengua alemana, núcleo social demócrata por excelencia.

Visitó después organizaciones del mismo carácter en Ginebra, secciones políticas y reformistas todas, pero al conocer al ruso antiautoritario, Jukovsky, pudo informarse con amplitud y claridad, como se informó antes en Zúrich por los bakuninistas sobre la lucha de tendencias en el seno de la Internacional. Entonces fue cuando Kropotkin concibió el propósito de conocer directamente las secciones jurasianas, antiautoritarias decididas y rotundas.

Conoció a James Guillaume en Neuchatel y a otros militantes en la Montaña, yendo después a las secciones antiautoritaristas de Bélgica, lo que puede afirmarse por la visita que hizo a la de Verviers, región textil que era sólidamente anarquista por aquella fecha.

El ambiente impresionó a Kropotkin, hasta el punto de que quiso quedarse en el Jura trabajando en la industria de la relojería, pero Guillaume le aconsejó que dedicara todo el esfuerzo de militante a su país de origen, a Rusia. Accedió Kropotkin con vehemencia en él característica, sin que la propia actividad le condujera a la Internacional. En el copioso manuscrito que se le halló al ser detenido en 1874, hace constar su mejor simpatía por la Internacional federalista, pero no era bastante nutrida la organización obrera y campesina en Rusia para adherirse a la Internacional, aparte de que la diferencia de costumbres y mentalidad representaba una cooperación incompleta, sobre todo en los comienzos. Hallándose tan lejos no podían ser más que colaboradores de obras poco continuadas.

La abstención, se fundaba en un principio realista. Los grupos rusos estaban muy divididos; había divisiones incluso en el seno de cada tendencia y estaban en minoría los antiautoritarios. La relación directa con estos hubiera disgustado a la mayoría y tal vez se hubiera producido una escisión.

Nótese la evidente tendencia de Kropotkin, favorable a la autonomía, tendencia que siempre sostuvo con porfía, y nótese también el hecho diferencial entre Oriente y Occidente de Europa que dificultó la cooperación para obras de gran envergadura.

Después de huir a Occidente en 1876, establece relación desde Londres, hacia la segunda mitad del año, con Guillaume, que seguía en Neuchatel y por mediación de Guillaume, con Paul Robín. Va a Suiza donde permanece poco tiempo, y vuelve a Londres en febrero de 1877, después de estar en Verviers.

La propaganda de Kropotkin se desparramó en todas direcciones a excepción de Italia: Jura suizo, secciones francesas que nacían entonces: núcleos de anarquistas alemanes en relación con rusos. Estaba con los ojos puestos en la Internacional belga que se tambaleaba y se enteró por Severino Albarracín, de la Comisión Federal (Alcoy, 1873) refugiado en el Jura, de la vida clandestina que llevaba la Internacional por aquellos años (1874-1881) en España.

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Max Netllau

Cuando las conferencias comarcales designaron (verano de 1873) a Morago y a García Viñas para asistir como delegados de España a los Congresos de Bélgica en septiembre, Viñas pasó por Suiza y a fin de agosto, en una reunión privada en Chaux-de-Fonds se renovó o cimentó con nueva base la Alianza íntima constituida por Bakunin y sus amigos en Zúrich en septiembre de 1872, a base de internacionalistas adeptos nuevos o veteranos de 1864, cuando Bakunin formó la primera asociación secreta internacional.

Que a tal núcleo se le llamara Fraternidad en 1877 o Alianza, o bien como dice Brousse en una carta a Viñas «nuestra intimidad internacional», el intento fue realizado por Guillaume, Schwitzquebel, Morago, Costa, Cafiero y Malatesta (presos, ausentes en 1877-1878), uniéndose al grupo íntimo de Bakunin en 1872. También figuraban Pindy (de la Comuna de París), Brousse, Fransais y Viñas. Kropotkin fue nombrado secretario y como tal actuó hasta 1881. Estaba, pues, en posición estratégica en el centro mismo de la organización clandestina, y en relación con los principales militantes anarquistas de Suiza, Francia, Italia y España.

Tomó parte en el Congreso de la Internacional que tuvo lugar en Verviers, en el de socialistas de todas las tendencias en Gante en septiembre, teniendo que salir precipitadamente para Londres y evitar una expulsión súbita. Pasó el invierno en París en plena agitación internacionalista clandestina y tuvo que huir a Suiza, haciendo también un viaje a España y visitando Barcelona y Madrid a mediados de 1878. Este viaje, que interesó mucho a Kropotkin, tuvo por causa los antagonismos entre Viñas y Morago, las tácticas de Barcelona y de Madrid, que como miembro de la entidad mencionada quiso examinar.

Se advertía la conmoción revolucionaria. Respecto a España, según Viñas, se tendía a la clandestinidad revolucionaria, pero prevaleció el punto de vista de quienes, a los cuatro mil grupos en actividad secreta que había todavía en 1881, preferían los 40 mil y más adheridos que se agruparon entre el otoño de 1881 y el de 1882 en la Federación Regional de Trabajadores, organización pública y legalizada.

En 1880-1881, algunos elementos revolucionarios, los blanquistas entre ellos, promovieron el Congreso Socialista Revolucionario Internacional que se reunió en Londres en julio de 1881. En junio del mismo año, Kropotkin discutió la situación con los íntimos mediante un detallado escrito. Malatesta contestó desde Londres con otra exposición no menos detallada. Cafiero expuso una negativa rotunda. Schwitzquebel (Jura) y Pindy se mostraron personalmente deprimidos. La discusión se produjo, pues, entre Kropotkin y Malatesta. Había yo procurado que la documentación que poseo de Malatesta sobre el particular se reprodujera en el suplemento de La Protesta de Buenos Aires, pero se suprimió la publicación. Son documentos de importancia extraordinaria para conocer el pensamiento revolucionario íntimo de aquellos militantes. Viñas se había retirado y las relaciones de Kropotkin con Morago eran poco asiduas. España no fue llamada, pues, a consulta directa. El delegado español en Londres era el mecánico S. Figueras, emigrado o refugiado catalán. En el Congreso sostuvo el punto de vista de Malatesta en lo que permitían las instrucciones que tenía de España.

Poca confianza tenía Kropotkin en el Congreso de referencia, según se desprende del escrito dirigido a los íntimos. Conocía muy escasamente Kropotkin a los iniciadores, y Malatesta le da explicaciones, rectificando algunos de los puntos de vista de aquél. Creía Kropotkin que si en el Congreso obtenían mayoría marxistas o blanquistas, surgiría una organización autoritaria. Supone en inminencia revolucionaria a Irlanda con cuyo país no tenía relación alguna, y cree que las mismas posibilidades existen por lo que se refiere a Italia y a Rusia. «Los rusos no se avendrán a influencias del exterior ni podrían soportarlas aunque quisieran, porque el movimiento es una diversidad considerable de individuos y grupos, con temperamento independiente, enemigos de supeditarse». Véase cómo Kropotkin tenía fe ciega en el movimiento socialista ruso autóctono.

Elíseo Reclus escribía al profesor G. Renard (2 de junio de 1888): «Los nombres de Kropotkin y Bakunin pueden inducirle a error. Son dos personalidades occidentales por educación, aisladas, en realidad del movimiento ruso». Y terminaba sus observaciones con estas palabras: «Son constitucionalistas en más o menos grado y guardan la ilusión del Estado, contemplando de lejos a la juventud rusa que ve a la revolución con ideal parlamentario». Kropotkin comprendió todo esto y su actitud hasta 1917 demuestra que se conformó con la opinión. El trasiego a todo trance del marxismo contribuyó en Rusia a fomentar la confusión y a ahondar el atolladero cuando se desvió la revolución rusa en la primavera de 1917.

En el escrito o carta-circular de 1881, propone Kropotkin dos organismos: «Abierto uno y actuando a la luz del día; otro clandestino y de acción». El primero, según el autor, convenía que fuera de resistencia por medio de huelgas: Asociación Internacional de Trabajadores para agrupar las fuerzas obreras, las masas. Por otra parte los grupos clandestinos podían conspirar en pro de la revolución con enlaces secretos. «No veo más solución –dice– que volver a los hermanos internacionalistas; existe el principio y precisa reforzarlo.» Se refería al grupo íntimo, una docena de jóvenes activos, buenos conspiradores, hombres de acción que irían ensanchando el cuadro.

El Congreso de Londres facilitaría ocasión de que todo aquello se arreglara al margen del mismo. Es evidente que Kropotkin estaba conforme en 1881 con  Bakunin: Internacional y Alianza, extensa organización de masas para la huelga, acción económica contra el capital al margen de toda política, y todo ello animado por elementos de iniciativa y acción, agrupados clandestinamente, estando mantenida la relación internacional por los «hermanos», tal como Bakunin los concibió desde 1864. El Congreso de Londres fue con excepción de un sólo blanquista, enteramente anarquista, al revés de lo que había supuesto Kropotkin. Se advirtió el deseo de contar con una Asociación Internacional de Trabajadores, con una oficina que registraría el nombre y calidad de las organizaciones adheridas, pero sin que dicha oficina pudiera tener iniciativa orgánica, porque contrariaría la autonomía de los organismos componentes, los cuales obrarían con absoluta libertad, como lo harían de estarlo en la Internacional, obligándose cada miembro a vigilar estrechamente para que no se desnaturalizaran los principios federalistas.

Para la oficina se eligió con otros dos miembros a Kropotkin y a Malatesta. Kropotkin quedó en Londres desde noviembre de 1881 aproximadamente, hasta octubre o fin de septiembre de 1882. Conoció íntimamente a Malatesta y ambos pudieron comprobar la falta de vida efectiva de aquella organización, que nunca tuvo unidad.

De 1886 a 1892 perfiló su obra más importante, y sin duda el preludio fue de 1883 a 1885, en la cárcel. Los veinticinco años que siguió viviendo en Inglaterra trabajó incesantemente y con especialización en obras magistrales, Memorias, Revolución Francesa y escritos menos extensos; no cesó de propagar las ideas por escrito en francés, inglés y sobre todo en ruso.

La falta de salud contrariaba el hábito de trabajo y no pudo continuar la Ética, bosquejada en su Moral anarquista (1890), y que Kropotkin redactó en 1904-1905 sin acabarla por haberle sorprendido la muerte en 1921.

aitLas cartas de Kropotkin permiten precisar más aún porque puede hacerse abstracción de su ritmo siempre vivo, pero con diferentes grados de vitalidad, de intensidad. Sin duda han mediado causas para que se produjeran resultados tan varios: la reacción del capitalismo petulante, no saciado entonces; la reacción del socialismo autoritario, hinchado y verbalista, con su falacia de que hacer electores es hacer comunistas; la reacción del Estado, mucho más intolerante cuando se adjudica una misión social; la reacción del militarismo engreído que buscaba el desquite por la caída de Boulanger y las humillaciones de la época de Dreyfus… Todas estas reacciones interponiéndose como neblina insana para estallar en 1914, sin término aún en el horizonte. Tan magnos acontecimientos dieron a Kropotkin la sensación de que se cerraban incluso los caminos relativamente transitables. Debió darse cuenta de que el espíritu que creó la Internacional de 1864, el que inspiró la Internacional antiautoritaria de 1872, estaban ausentes de las masas, mientras los anarquistas, en un período movido de su evolución, creían a su vez, como en 1881, que podían prescindir de toda organización internacional.

También pudo apreciar Kropotkin de cerca los efectos del Congreso Socialista Internacional de Londres (1896). Allí triunfó brutalmente el marxismo de los políticos socialistas, decretando la monstruosidad de que en adelante solo ellos podrían llamarse socialistas. Dos meses antes se consumaban en España las detenciones en masa y dos meses después los martirios de Montjuich. En aquellas circunstancias Pablo Iglesias hizo que se anularan las credenciales de Malatesta, como en 1891 hizo invalidar las credenciales de Tarrida del Mármol y de Pedro Esteve.

Kropotkin escribió entonces en Les Temps Nouveaux una serie de artículos sobre «Les Congres lnternationaux et le Congres de Londres», que fue un castigo para las pretensiones marxistas, pero el autor debió comprender que el socialismo autoritario era dueño de la situación.

Tardó en hacerse sentir una ofensiva sindicalista y libertaria contra semejante usurpación hasta 1899.

De 1900 a 1920

Domela Nieuwenhuis, Pelloutier y Pouget tuvieron la iniciativa de un Congreso obrero revolucionario internacional que había de tener lugar en París, en 1900, con puerta abierta para todas las organizaciones socialistas y obreras. Este Congreso se apoyaba en los sindicatos franceses, en los españoles (reorganizados y federados desde 1889), en los holandeses, etc., y también en elementos anarquistas y socialistas revolucionarios, sin tener en cuenta el Congreso de los políticos en París (1900). No pudo reunirse por imposición de la autoridad y se disolvió en conferencias anarquistas clandestinas (septiembre de 1900), decidiéndose por las mismas la preparación de un Congreso que tampoco pudo tener efecto, aunque se enviaron informes por escrito, publicándose en Les Temps Nouveaux un trabajo de Kropotkin («Organización de la vindicta llamada Justicia»), que se difundió mucho en folleto.

No secundó Kropotkin las iniciativas de Malatesta al regresar este de la Argentina, en 1889, para constituir un partido socialista anárquico revolucionario internacional, ni secundó tampoco la sugerencia del propio Malatesta, en 1895, para fundar una «Federazione Internazionale fra socialista anarchici rivoluzionari». La falta de contacto se debe a la interpretación exclusiva del comunismo de Kropotkin; también se aprecian otras divergencias analizando las cuestiones de cerca. No daba Kropotkin mucha importancia a las discusiones internacionales entre anarquistas –París (septiembre de 1889), Bruselas (1891), Zúrich y Chicago (1893) y Londres (1896)–; pero lo evidente es que el Congreso propuesto para 1900 tenía verdadero interés, ya que trataban de reunirse el socialismo antiparlamentario, el sindicalismo revolucionario y los anarquistas.

En la revista Freedom, de Londres (número correspondiente a septiembre-octubre de 1900), hay un artículo de Kropotkin, aunque no firmado por este, que tiene por título: «Au urgent need: A labor Convention» («Necesidad urgente: una convención del Trabajo»). Sobre el mismo tema insistió en la misma revista (octubre de 1908) con el artículo «Unemployment» («La falta de trabajo»). He aquí lo que escribe en este último texto: «Sostenemos la necesidad de que se imponga a los ricos una contribución forzosa, cuya cuantía ha de fijarse en una Convención Nacional que se reúna para discutir el problema del paro forzoso».

En el artículo de 1900 se ocupa sobre todo de la guerra del Sur de África y dice: «Creemos de necesidad absoluta convocar una Convención de carácter general, a la que asistan cuantos se preocupen de cuestiones relativas al trabajo y al capital. Es una necesidad urgente… Solo el socialismo puede contener el crecimiento del imperialismo».

Cuando, en 1901, visitaron algunos delegados de los sindicatos franceses a sus colegas, los tradeunionistas de Londres, se leyó en la reunión (el 21 de junio) una larga carta que se reprodujo en Freedom (número de septiembre). He aquí las palabras de Kropotkin: «Es preciso que haya una Federación Internacional de todas las Trade unions del globo». Se dirige a continuación a los trabajadores ingleses y les echa en cara su falta de energía para impedir la guerra de África del Sur, y escribe: «La propaganda de los elementos adinerados y las mentiras sistemáticas de la prensa venal, han desorientado a los trabajadores de Inglaterra, como desorientarán mañana a los de Francia, Alemania y Rusia cuando la mesocracia de estos países prepare «su» guerra. Una Federación de tipo internacional que congregara las Uniones de trabajadores de todo el mundo sería la única fuerza capaz de oponerse a la otra fuerza organizada para el crimen por la misma clase media…».

El sentimiento antibélico que dominaba a Kropotkin, de 1900 a 1901, se expresa con mayor vehemencia en su artículo inserto en Freedom (junio, 1902), no firmado por el autor: «Cartago y Génova sucumbieron por contar un excesivo número de esclavos, Inglaterra se verá en el mismo dilema: Muerte o revolución social». La guerra que suponía inminente Kropotkin en aquella fecha era la de Inglaterra y Francia con objeto de adueñarse por completo la primera de Egipto y completar la conquista de África del Sur.

En febrero de 1902 surgió en Barcelona la famosa huelga general de los metalúrgicos, movimiento que mereció la admiración general y que impresionó a los tradeunionistas avanzados en Inglaterra, informados puntualmente por Tarrida del Mármol y por algunos anarquistas ingleses unidos a Tarrida y a varios obreros que permanecían en Inglaterra después de la deportación consumada por el Gobierno español. Tan excelente solidaridad fue impugnada odiosamente por el socialista español García Quejido en carta dirigida a un tradeunionista inglés, maniobra que provocó ciento cincuenta y nueve protestas entre los representantes de trescientas asociaciones obreras españolas reunidos en Londres (véase Tierra y Libertad, Madrid, 25 de octubre de 1902). Vivía entonces Tarrida en Bromley (Kent), y veía con frecuencia a Kropotkin, que debió conocer estas cuestiones a fondo. Redactó Kropotkin una Memoria que Tarrida envió traducida a Anselmo Lorenzo, quien la publicó en Tierra y Libertad de Madrid (número de 13 de septiembre de 1902), con este título «La Unión Internacional del Trabajo».

Para Kropotkin se trata de volver a empezar como en 1846, de agrupar las distintas organizaciones internacionales que iban discutiendo en sus Congresos las cuestiones socialistas. Trataba de introducir algunas modificaciones en los antiguos programas. Así termina el ensayo aludido de Kropotkin: «Es necesario y urgente pensar en estas dos cosas: a) Internacional obrera sindical. ¿En qué debe parecerse y en qué diferir de la Internacional antigua? b) El programa, obra colectiva, elevado y amplio, ha de contenerse en dos o tres rasgos y ser más profundo que el antecesor (1864) como consecuencia de la evolución cumplida».

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Anselmo Lorenzo

Anselmo Lorenzo en sus observaciones no comprende semejante primitivismo. Al unirse los trabajadores –dice– no será seguramente para volver a empezar, y se refiere a la relación directa entre trabajadores y «abandono de jefaturas». Federico Urales, en Tierra y Libertad (Madrid, 20 septiembre y 4 de octubre), se niega a seguir la iniciativa de Kropotkin, y formula sus puntos de vista sobre la transformación social. No puedo comprobar si la sugestión de Kropotkin fue discutida por otros camaradas en aquella época, pero sí ampliar la concepción del propio Kropotkin mediante una carta que escribió a Juan Grave, y que me permitió utilizar este para una obra que se publicó en lengua rusa (febrero de 1931), titulada Probuyhderie.

Escribe Kropotkin el 3 de julio desde Easthourne, impresionado por una crítica que hace Grave del sindicalismo: «En efecto, si nuestro partido –el único revolucionario– se entrega por completo al movimiento pacífico sindical, pierde su razón de ser. Yo creía, al apoyar la acción de los sindicatos, en la existencia de un núcleo revolucionario que ve en aquéllos un auxiliar, no el objetivo principal. Lo secundario se ha tomado como fin único y principal en la propaganda… Las cosas, naturalmente, no van bien».

Se refiere después a la reacción general de la burguesía y de la socialdemocracia: «Creo –dice– que solo un movimiento internacional obrero podría caldear otra vez los espíritus y formar una corriente revolucionaria socialista». Interpreto la palabra socialista en el sentido de comunismo libertario. En 1902, el término comunista en boca de Kropotkin no se prestaba a interpretaciones equívocas como hoy, desde 1917. Se refería Kropotkin a una nueva Internacional en la que lo de menos fuera el nombre, pero que constituyera como un hogar de socialismo y revolución.

Continúa Kropotkin: «Se trata, pues, de fundar una Alianza Obrera Internacional, por completo desligada de la sociademocracia. Podría iniciar su cometido declarando la guerra a los socialdemócratas, propagando que estos creen hacer obra democrática y socialista valiéndose del voto. Con intención de elevar las reivindicaciones socialistas, que forzosamente han de ser internacionalistas, constituimos esta organización de lucha directa y anticapitalista del obrero contra el patrono, sosteniendo en el seno de la Alianza un núcleo más íntimo de elementos que se conocen bien mutuamente. No hay más remedio… Con las simpatías que tenemos en Francia y en España podemos intentar un congreso de carácter revolucionario, internacional, proletario, que a pesar de su modestia podría representar el germen de un nuevo movimiento obrero; podría y debe representarlo, y de lo contrario, carecerá de seriedad».

En estas palabras se advierte que Kropotkin se muestra leal a la sugestión de Bakunin: una alianza de intimidad estrecha dentro de la Internacional.

La Internacional llamada de Ámsterdam no aportó en los años anteriores a la gran guerra nada estimable. Cada uno de sus delegados representaba la ambición y la animosidad del país respectivo y una intransigencia despreciativa para los adversarios. Los trabajadores han permanecido equivocadamente indiferentes a todo.

Escribió en la revista Les Temps Nouveaux (13 octubre 1906), el ensayo «Syndicalisme et Parlamentarisme» sobre el sindicalismo de la antigua Internacional. Tal ensayo agradó extraordinariamente a James Guillaume, que se había reintegrado al movimiento a principios de siglo después de veinticinco años de retiro, estudiando a fondo temas de carácter pedagógico e histórico en los que demostró verdadera competencia. La CGT que atraía sus simpatías era la Internacional, y continuó su obra de 1868 a 1878. Con asiduidad y vehemencia trató de reanudar la continuidad, de anudar los hilos, trabajó entre jóvenes y viejos y se esforzó por hacer más íntima la relación entre los militantes y la organización. Extendió su acción por Italia. En 1911, conoció al sindicalista De Ambrís. Tuvo correspondencia con Anselmo Lorenzo. A pesar de la vida retirada que hacía García Viñas, se sintió éste inclinado a dirigir una carta a Kropotkin y a Guillaume en invierno de 1914-1915 solidarizándose con ellos respecto a la actitud adoptada por los mismos con respecto a la guerra. A consecuencia de la censura que imperaba en los años de guerra o por causa de enfermedad de Guillaume, enfermedad que no tardó en ser mortal, parece que no recibió la carta de García Viñas.

Guillaume se sintió feliz escribiendo al final del prólogo de su último libro La Internacional, que vio la luz en marzo de 1910: «¿Qué es la Confederación General del Trabajo más que la continuación de la Internacional?». Creo que uno de los sindicatos revolucionarios de aquella época sobrepasaba probablemente en eficacia a las modestas secciones jurasianas, pero no en el conjunto de la idea ni en el carácter general. No trato de discutir ahora la personalidad de Guillaume; me limito a demostrar que uno de los íntimos de 1877 y de antes se empeñó en una obra que la Confederación General del Trabajo no realizó: agrupar a los trabajadores de los sindicatos sobre base bastante más avanzada que la propuesta por Kropotkin, y no consiguió su propósito. Kropotkin influyó en Guillaume que no quería ver y por consiguiente no veía el ideal anarquista como factor de luchas «actuales».

Pasaron los años hasta 1914. Hubo un Congreso anarquista en 1907 y una Internacional Anarquista con influencia de Malatesta, un Congreso sindicalista en Londres en 1913. Un Congreso de carácter anarquista se malogró por la guerra. Discusiones, ilusiones, desilusiones. Como los conejos de la fábula vivían en interminable idilio, así se iba pasando: «¿Si serán galgos, si serán podencos?». La conflagración pervirtió los espíritus de gran número de gentes y resultaron impotentes las organizaciones que tenían el destino de transformar el mundo en época más o menos próxima.

Escribió entonces Kropotkin «La supuesta bancarrota de la Internacional» (Brighton, 30 octubre 1914), estudio que se publicó en La Bataille Syndicaliste (París, 6 de noviembre) y se reprodujo traducido en Tierra y Libertad (Barcelona, 25 noviembre): «Sí, la Internacional se reconstituirá, pero introduciendo un nuevo principio en su programa. Comprenderán los trabajadores que al entrar en su seno cada miembro de la Asociación, debe en su fuero interno prestar juramento de intervenir en la medida de sus capacidades, hasta empuñando las armas para la defensa de toda nación a la que otra nación trate de conquistar o retener por fuerza bajo su dominio. Sin eso no puede haber una verdadera Internacional».

Insiste sobre este punto de vista en su «Carta a los trabajadores de Occidente» en junio de 1917 (Publicaciones de Les Temps Nouveaux, boletín número 7, París) y dice: «No hemos insistido con suficiente empeño en la idea fundamental de que el deber del verdadero internacionalista consiste en oponerse con todas sus fuerzas a la tentativa de invasión que tenga por finalidad la conquista, y que si llega semejante caso, el deber del internacionalista consiste en empuñar las armas para defender el territorio invadido. Sin tal defensa no puede existir la Internacional, ya que esta se convierte de otra manera en fórmula tan falaz y estéril como el pretendido “amor cristiano del vecino”».

A principios de 1916 los camaradas del grupo de Kropotkin en París discutieron los fundamentos de una nueva internacional. Al recibir Kropotkin información de Cornelissen, redactó una exposición de motivos, publicada en 1931; se trata de un texto titulado «La nouvelle lnternationale» que apareció en La Bataille (París) y se reprodujo y tradujo repetidamente. Resumo la expresión de unos conceptos para subrayar la continuidad del pensamiento de Kropotkin: «Se trata de constituir una Internacional obrera sin preocuparse de la Internacional interparlamentaria de la democracia social. No se limitará a cuestiones profesionales, sino que pondrá sobre el tapete la cuestión de la reconstrucción social. Estará integrada por las organizaciones sindicales francesa e italiana, las Uniones inglesas y los distintos organismos proletarios de Bélgica, Holanda, España, Escandinavia y Rusia, a los que veremos unirse un día los trabajadores organizados de Alemania y Austria». Recordemos que la actividad en caso de invasión, propuesta en 1914 y sostenida en 1917, no se afirma en este texto, del que la censura podía suprimir algunas líneas, pero no la declaración de empuñar las armas.

Frente a las afirmaciones de Kropotkin, redactó Cornelissen la declaración de principios de una Internacional comunista libertaria –Federación de socialistas revolucionarios, sindicalistas y anarquistas comunistas–. Sobre el contenido de la misma, publicado en la actualidad, escribió Kropotkin a Comelissen con fecha 1 de julio de 1916: «La declaración expresa con fidelidad los principios comunes a anarquistas comunistas, socialistas revolucionarios y sindicalistas, pero creo que no la aceptará ninguno de los tres grupos». No tengo noticia de que las cosas pasaran de ahí.

En Tierra y Libertad (Barcelona, 12 mayo 1915) se lee una información del Congreso del Ferrol (29 abril) en el que defiriendo a una iniciativa portuguesa quedó constituida la Internacional Obrera. No conozco suficientemente las publicaciones del tiempo de la guerra para concretar la filiación de aquella iniciativa. Por otra parte, no creo que tuviera consecuencias. Se habla también en la publicación aludida de Comités de la Internacional Anarquista en Barcelona y en Londres, existentes entonces.

Llegamos a los últimos años de su vida. En la carta de este al doctor Atahec, camarada, antiguo amigo y médico, escribe en ruso el 2 de mayo de 1922; con el subtítulo «Cooperation –Syndicalism– Ethique» indica el matiz expresado por el doctor mismo): «Tengo una fe profunda en el mañana. El movimiento sindical o lo que es igual, el de las organizaciones profesionales que en reciente Congreso reunieron 20 millones de trabajadores, conseguirá una fuerza enorme en los cincuenta años próximos, hasta el punto de que procederá a constituir la sociedad comunista de tipo no gubernamental. Si me hallara en Francia –centro actual del movimiento profesional– y tuviera fuerzas, me entregaría enteramente a él como eco de la I Internacional. Nada querría con la Segunda ni con la Tercera que representan la eliminación de la Internacional genuinamente obrera en provecho de la socialdemocracia».

Pecaría de ingenuo si creyera que las Internacionales obreras que preconizó Kropotkin de 1914 a 1920 no tenían tronco íntimo ni se relacionaban con la Alianza porque los documentos, obedeciendo a exigencias de la censura, nada hacían constar sobre el particular. Por la correspondencia íntima de 1881 y de 1902 conocemos enteramente el pensamiento de Kropotkin, quien profesaba el método concebido por Bakunin, respecto a la Internacional, la verdadera Internacional de los trabajadores. Conocemos su pensamiento por los escritos de 1869 en L’Egalité (Ginebra), su opinión sobre la Alianza. También nos es conocida la correspondencia que tuvo con camaradas franceses, italianos y españoles y el trabajo que publicó en 1873 sobre los primeros años de fraternidad internacional, etc. Siendo como es tan buen bakuninista Kropotkin resulta verdaderamente curiosa la consideración que le atribuye un carácter espontáneo por excelencia.

No hay motivo para la extrañeza. El verdadero anarquista practica la espontaneidad; va hacia ella, pero no cree en la espontaneidad de los brazos cruzados. La acción meritoria exige preparación, estudio y con frecuencia necesita ayuda, cooperación inteligente y desinteresada. Todo ello está en la inseparable unión de Internacional y Alianza. El que pueda dar escaso rendimiento, que no deje de darlo tal como pueda, ya que su limitación no depende siempre de él. Quien esté en condiciones de mayor rendimiento, que lo ofrezca y lo entregue, cosa que hará si tiene sentimiento social, yendo en avanzada y siendo por ello más útil a los demás. Así transcurrió la vida militante de los mejores camaradas. Alianza e Internacional son maravillosas palancas para concentrar las fuerzas renovadoras de la vida social.

Publicado en Polémica, n.º 47-49, enero 1992

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