Minxin Pei
La «revolución de los paraguas» parece haber llegado a una encrucijada en Hong Kong. Ante la negativa de las autoridades chinas a dialogar sobre el sistema electoral del territorio, los manifestantes han intentado mantener la ocupación de zonas estratégicas de la ciudad, a pesar del violento desalojo policial del barrio popular de Mong Kok. Un sector del movimiento, en especial los dirigentes de Occupy Central, han creído más conveniente dar un paso atrás, entregarse a la policía y poner fin a su campaña de desobediencia civil. Hace unos días, la Federación de Estudiantes de HK ha propuesto trasladar el centro de las protestas de las ocupaciones a las asociaciones de vecinos. Pero en la ocupación de Admiralty, Joshua Wong y otros activistas de Scholarism mantienen su huelga de hambre para exigir que se reabra el diálogo con las autoridades. A pesar de las detenciones, de la represión policial contra las asambleas públicas y un movimiento a favor de las autoridades chinas cada vez más provocador, el centro de la ciudad y su vida pública continúan paralizadas por las protestas democráticas. Dada la situación política en Taiwan, Xi Jinping se juega, según el análisis del profesor Minxin Pei, su futuro político en Hong Kong. SP
Hasta la escalada en el último par de semanas de las protestas prodemocráticas de Hong Kong, el Gobierno chino parecía estar ganando. La estrategia de Beijing, evidente desde que comenzaron las manifestaciones callejeras y las sentadas a finales de septiembre, era esperar y dejar morir al movimiento de protesta por su propio agotamiento.
Los líderes chinos creían que el movimiento, en gran medida espontáneo, carecía de capacidad de resistencia para aguantar un pulso prolongado de voluntad política. Los estudiantes serían presionados por sus familias a regresar a sus estudios. Las dificultades de la ocupación al aire libre de las calles obligaría a muchos a abandonar. La interrupción del tráfico y las molestias causadas al comercio y los negocios socavarían el apoyo público.
En estas circunstancias, lo mejor para Beijing era no hacer nada: ni negociaciones reales, ni concesiones sobre la cuestión central de la elección directa del primer ejecutivo de la ciudad en 2017, ni uso de la fuerza.
Los acontecimientos se desarrollaron en buena medida como Beijing pretendía, a excepción de un detalle crucial. Aunque la mayoría de los movimientos de protesta espontáneos pierden fuerza y se desvanecen sin lograr sus objetivos, también son vulnerables a la radicalización, incluyendo el movimiento prodemocracia en Hong Kong. En la medida que los manifestantes más moderados desisten, los elementos más radicales comienzan a dominar, defendiendo tácticas de mayor confrontación. La negativa de las autoridades a abrir el diálogo, como en Hong Kong, por lo general fortalece la posición de los más radicales a favor de una escalada.
Esta fue la dinámica que revivió al flaqueante movimiento de protesta en Beijing en mayo de 1989. Después de que sus acciones moderadas no dieran ningún resultado, los estudiantes decidieron realizar una huelga de hambre masiva en la Plaza de Tiananmen, que en última instancia condujo a un desenlace sangriento, el 4 de junio de 1989.
En Hong Kong, el error de cálculo de la dirección del Partido Comunista chino se ha agravado aún más por la incapacidad del gobierno local del territorio para gestionar los dos meses de enfrentamientos. Como ha admitido abiertamente, sólo Beijing tiene la facultad de revisar la legislación electoral de Hong Kong. Según un informe de The New York Times de octubre, los representantes del Gobierno chino son, de hecho, los que tienen la última palabra en la gestión de la crisis. En consecuencia, la lucha por la democracia ya no es una lucha entre los ciudadanos sin derecho a voto de la ciudad y su gobierno no electo, sino un pulso de voluntades entre el PCCh y el pueblo de Hong Kong.
Ahora que los manifestantes parecen decididos a poner a prueba los límites de la tolerancia de Beijing, los riesgos son aún mayores. Frente a los manifestantes cada vez más radicalizados, la estrategia de «esperar a que se agote la protesta» de Beijing puede que no sea sostenible. Deberá hacer concesiones o adoptar medidas decisivas para poner fin a las protestas.
Ninguna de ellas será sencilla. Para ser reales, unas concesiones requerirían que Beijing no solo permitiese más democracia, sino que también sentarían un precedente histórico: un movimiento pro-democracia que obliga al Partido Comunista a ceder. Pero si Beijing opta por una dura represión, es casi seguro que –como ha ocurrido antes– reviviese el apoyo público a los manifestantes, provocando más protestas y la ira pública contra las autoridades de Hong Kong y Beijing.
También están en juego el futuro político del presidente de China, Xi Jinping. Esta crisis es la primera prueba real de su liderazgo. Gracias a rivales débiles y corruptos, y su control de las palancas formales de la autoridad del Estado-partido, ha consolidado su poder con facilidad. Pero Hong Kong es diferente. Protegidos por las garantías legales que ofrece la formula de «un país, dos sistemas», los decididos e idealistas jóvenes manifestantes no pueden ser fácilmente intimidados y sometidos.
Según todos los rumores, Xi, que ha apoyado públicamente una posición dura en Hong Kong, no puede permitirse el lujo de ceder porque podría socavar su imagen como el nuevo hombre fuerte de China. Pero mantener el actual rumbo y hacer ingobernable Hong Kong sería un tropiezo igualmente desastroso, uno que los enemigos políticos de Xi en Beijing, en especial los resentidos con su éxito y acumulación de poder, deben estar secretamente deseando.
Minxin Pei es profesor de políticas públicas en el Claremont McKenna College de California, EE UU.
Traducción para http://www.sinpermiso.info: Enrique García
Publicado en Sin Permiso, 7 de diciembre de 2014