Ferrer Guardia. El precio de una cabeza

José PEIRATS

caratulaEl movimiento pedagógico inaugurado en España por Francisco Ferrer Guardia, bien que reflejo del movimiento racionalista científico-filosófico que embargó y atosigó a ciertas élites a finales del siglo XIX y principios del XX, es un movimiento militante en las acepciones activa y práctica de la definición. He aquí el gran valor de este movimiento. He aquí, también, su pecado. De él no perdonaron a Ferrer ni los mismos racionalistas compatriotas. Puede afirmarse sin exageración que el movimiento ferreriano obtuvo mejores auspicios en el extranjero que en el propio solar ibérico donde naciera. Los próceres del 98 conspiraron contra él con el silencio y el menosprecio. ¡Y cuidado que se las daban de racionalismo los Unamuno, los Azorín, los Madariaga y demás dioses del Olimpo generacional!

Por oportunismo, más o menos, los compadres de la patria fueron los únicos próceres en explotar el acontecimiento trágico de 1909. Hasta Alejandro Lerroux, que directa o por persona interpuesta (Emiliano Iglesias), le diera a Francisco Ferrer, ya en la cima del calvario, lanzadas de moro zurdo, creyó pertinente llegado el momento, dedicarle algunos ramilletes de esos de Todos los Santos.

Para nuestra crema intelectual de primera línea, Ferrer no era más que un testarudo anticlerical, y su sistema pedagógico un barullo antipedagógico y sectario. El mismo trato recibieron de los estirados doctores cuantas realizaciones llevase a cabo el pueblo en España, en el plano social, sindical y revolucionario.

Y sin embargo, Francisco Ferrer no hizo más que traducir de cierta manera a la enseñanza llana las mismas reivindicaciones que en las altas cimas académicas y universitarias pugnaron por introducir los racionalistas de la Institución Libre de Enseñanza, cuando, barridos de las cátedras por la reacción restauradora, hicieron de aquella Institución una aguerrida barricada. El feroz clericalismo no se atrevió a pasar por las armas a Francisco Giner de los Ríos, bien protegido que estaba por los pelotones del 98. Estos mismos pelotones dejaron al otro Francisco en la estacada. El vacío que le hicieron alrededor con sus implacables diatribas de campanario hizo mucho camino por los siniestros fosos de montjuic, llevando a Ferrer por delante.

Ambos movimientos, el de Francisco Ferrer y el de Francisco Giner de los Ríos, responden a la misma consigna: emancipar a la cátedra y a la baja aula de la dictadura medieval a recaudo del fanatismo dogmático. Ambos nacen, más o menos, en la misma época, los dos se apoyan en los mismos principios: el vuelo o auge de la ciencia que pregona el libre examen, que reivindica para la enseñanza la libertad sin hipotecas ni monopolio de clase. Uno y otro tienen por marco el mismo país agarrotado por una tradición que ya sin asideras populares, ya sin ascendente en el espíritu de los españoles, recurre a la zancadilla, a la trampa y al coscorrón traumático para seguir cabalgando.

La revolución universitaria ha reñido sus combates en el Alma Máter, ha cedido paso a paso ante la avalancha, ante la presión del alto clero, ante la Gaceta, ante el gobierno de sacristanes reaccionario y retrógrado, siempre beligerante. Y barrida, desalojada de los últimos reductos, acaba plantando sus propias tiendas a campo abierto. No es otra cosa la Institución Libre de Enseñanza.

En el aula escolar la perspectiva es todavía más trágica. La escuela oficial, ella misma, es una potente sucursal dogmática: rezos y doctrina cristiana abriendo y cerrando marcha. Historia sagrada y patriótica guardan los flancos contra posibles escapadas. El profesorado, chato y cerril: poca letra y mucho zurriago. «La letra con sangre entra». La profesión de maestro oficial anda en chistes y aforismos sarcásticos: «Más hambre que un maestro de escuela».

Ferrer reagrupa este ejército disperso y les brinda locales y material escolar, hecho quizás demasiado aprisa, como todo lo que hay que hacer sobre la marcha, a marchas forzadas. La Escuela Moderna planta también sus tiendas al aire libre. Ni una peseta le cuesta al Estado. Los padres son libres enteramente de llevar a ella a sus niños. No hay banderines de enganche, ni catequistas, ni señuelos, ni bombones. La Escuela Moderna es libre de entrada y por dentro.

El maestro ferreriano no es dómine bilioso sino un amigo, un compañero. No hay allí premio ni castigo: el primero envanece sin estimular; el segundo humilla y desata complejos. La coeducación rompe con el hechizo de los sexos, preserva a los educandos contra las desviaciones de los apetitos subterráneos.

El método racionalista no es un dogma. Pone a disposición del educando las verdades científicas comprobadas, la suma y compendio del saber humano. Con estos elementos de base el alumno tiene que formar por sí mismo su personalidad. Hay que ayudar al niño a revelar esa personalidad.

No va más allá la Escuela Moderna. Su evolucionismo es una revolución en las conciencias. Cierto, una revolución profunda. Porque lo es, la clericalada y sus asimilados del gobierno, condenan a muerte a Ferrer. Cualquier pretexto es bueno. A tuertas o derechas se empalmará el caso Ferrer con el motín popular de 1909. Hay que montar un tinglado espectacular y proceder sumarísimamente, antes de que la opinión internacional se dé cuenta. Cuando reaccione, ya no habrá remedio. Consumada la venganza, que se hunda el mundo.

No se ha dado en la historia un crimen más insolente. La Iglesia española ha puesto en el asador toda la carne. El filón de su poderío es la escuela, donde se asfixian en capullo las conciencias. Otro de sus filones es la propia incrustación en las instituciones del Estado. Incrustada al Estado, la Iglesia lo domina y afirma sus regalías: la principal, la de la educación de la infancia. La insurrección militar de 1936 fue profundamente clerical. Dos solas medidas de la República: la separación de la Iglesia y el Estado y la secularización de la enseñanza, pusieron fuego a la pólvora. En 1909 la Iglesia sabía lo que se jugaba. La cabeza de Ferrer tenía para ella un alto significado. La obtuvo a cualquier precio.

Publicado en Polémica, n.º 40, enero 1990.

En el Dossier Ferrer Guardia y la Escuela Moderna:

La ejecución de Ferrer Guardia

Rememorando a Ferrer Guardia

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